viernes, 19 abril, 2024

MIRADA CON LUPA

LOS JÓVENES Y LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO EN LA VIDA CONSAGRADA

El 2 de febrero es la Jornada de la Vida Consagrada. Pudiéramos pensar en una realidad uniforme. Quizá, equivocadamente, se nos va la mente a derroteros conocidos, trayectos hechos y, a lo peor, a pensar en algo que fue y está dejando de ser. En la Revista Vida Religiosa, este año, hemos querido enmarcar esta jornada con quienes se preparan para ser. Se trata de un grupo de novicias plural, lleno de matices e historias. Un grupo de jóvenes que dejaron su cultura y se han encontrado haciendo camino en una cultura vocacional. Viven experiencias nuevas. No tienen las mismas edades, ni las mismas motivaciones. No han tenido las mismas posibilidades. Las palabras no tienen el mismo sentido, ni el mismo valor. Comparten clases de noviciado…

Saben que les une la búsqueda de Dios, su camino… Los senderos que conducen a él son bien distintos. Viéndolas y disfrutando la pluralidad, lo primero que se nos ocurre es valorar la experiencia formativa que están recibiendo. El ejercicio de generosidad de las congregaciones entendiendo y acogiendo procesos tan diferentes.

Cuando las escuchas, inmediatamente percibes que hay un valor que es sustancial. Lo primero que percibes de quien viene de África, o América, o de cualquier rincón de Europa es la limpieza de quien dona lo que es… Una vida que se está haciendo.

En este tiempo de vida religiosa son más importantes los silencios que las palabras. Hay gestos, formas de integrar, miradas que están evocando un nuevo caminar de los consagrados. Es sorprendentemente llamativo cómo estas jóvenes, llenas de vida, hablan de la vida religiosa como una forma de seguimiento marcada por la escucha, la calma, el sosiego, el encuentro con las palabras que brotan del corazón, por ejemplo.

Gente normal…

No han leído todo lo que dice el Papa Francisco, pero vibran con sus palabras porque lo han descubierto normal. Son la generación del Papa Francisco, impresionadas por la cercanía, sencillez y normalidad del Papa. Están un poco preocupadas por sí el acercamiento a la Iglesia de la sociedad y el entusiasmo de las congregaciones no conlleva una transformación real. Creen que por fin la palabra de la Iglesia se escucha.

Valoran mucho que las personas en la Iglesia pierdan protagonismo para que éste se dirija a Dios. Dicen, con emoción, que el Papa empezó su pontificado pidiendo oración: «rezad por mí». Alguien que pide oraciones para sí, es alguien que se sabe necesitado y débil. Se ven reflejadas en esa debilidad del seguimiento. De igual manera les impresiona de nuestro Papa que no tenga miedo a la ternura.

Que el Papa se llame Francisco es un rasgo esencial. Que un Papa tenga ese nombre está invitando al cambio dentro de la Iglesia que nos llevará a una sencillez que habíamos perdido. Un valor que –dicen ellas– se estaba perdiendo.

Por eso, para nuestras novicias, la vida religiosa de mañana, que es la de hoy, la normalidad consiste en la vinculación con aquellos acontecimientos donde la humanidad se está «jugando todo». Es una forma de seguimiento que crece y fructifica cuando tiene vinculación con todos, desde el bautismo. Se trata de ser testigos en medio de la normalidad. Y en esto también hacen autocrítica. La normalidad exige una implicación con la vida desde el trabajo diario, la oración convencida y la sinceridad de la entrega, «no solo con las palabras que a veces decimos».

Ser religioso es ser testigo

Dicen que los religiosos parecemos tener miedo. Ser testigo exige no esconderme, sino salir y complicarme la vida para poder estar en la realidad de un mundo que aparentemente está dormido ante los valores de Dios. Ofrecer una serenidad para que el mundo pueda leer la realidad desde Dios. “Dadles vosotros de comer” es una llamada actual al compromiso. Nuestras novicias dicen que hoy no podemos responder como hicieron nuestros fundadores, sino como exige el presente. «Lo nuestro es soñar el futuro». Se trata de un testimonio que tenga vida, que interpele y cuestione. No podemos esperar a que nos encuentren. Lo nuestro es la búsqueda de Dios y esa búsqueda trabajarla con las relaciones y las personas que están a nuestro lado.

Sencillez de vida…

Entraron en la vida religiosa enamoradas de la vida. Expresión del Reino que Dios quiere. «No reivindicamos la miseria ni para nosotros, ni para nadie». Todo lo contrario, supone la capacidad de compartir todo lo que soy. Implica salir de mis comodidades y bajar a los «barrios alejados» y asumir que existe otra realidad no en otro mundo, sino en el nuestro. Se trata de lograr una cercanía con los demás que nos ayude a configurar los caminos de la consagración para hoy… «Tenemos la sensación de que hemos perdido sencillez y esto nos incapacita para dialogar con la realidad». Ha llegado un punto en el que creemos que la vida religiosa padece las consecuencias de haber tenido mucho, estar muy extendida y ahora el Señor nos está pidiendo otra cosa. Occidente tiene que dejarse convertir por la sencillez de vida que nuestras congregaciones tienen en otras latitudes. Está demostrado que los recursos no garantizan la llegada al corazón de las personas. La vida religiosa tiene que desestructurarse, «armar lío», salir de lo convencional y recuperar la normalidad de la vida. Nuestras novicias están encantadas con sus congregaciones pero dudan que puedan hacer el proceso de desaprender de los tiempos de fortaleza, a unos tiempos de provisionalidad y minoría.

«Cuando llegas de otras culturas te llama la atención cierto estatus económico al que nos hemos acostumbrado a vivir». No acabamos de encontrar el equilibrio entre ser personas de hoy y ser alternativa ante el consumo de hoy.

Escasez vocacional

Claro que nos preguntamos por qué hay tan pocas vocaciones. «Quizá haga falta que las congregaciones se pongan a la escucha de la realidad». La pastoral vocacional ofrece muchas veces un planteamiento irreal. No es tiempo para una pastoral vocacional que dice cosas, sino para una pastoral que escuche la realidad. A los jóvenes no se les enseña la realidad de los grandes valores que guían la vida de las congregaciones. «A veces se hacen propuestas artificiales».

Creemos que la gente joven tiene necesidad de lugares donde se pueda ofrecer y encontrar a Dios. Lo importante es que cada persona tenga su proceso. Jesús necesita el corazón de cada joven. En eso hay que creer, por eso hay que trabajar. Esa experiencia es la que la vida consagrada tiene que proponer.

«La cuestión es que a veces pensamos que el problema está fuera, cuando en realidad está dentro. La vida religiosa está un poco condicionada por un estilo que ha dejado solidificar durante años». Los cambios son lentos. Padecemos un salto generacional que está siendo difícil de encajar. Sabemos que existe, pero no se están ofreciendo respuestas creativas. Vemos que está siendo muy difícil la reforma de las estructuras. «Nosotras todo lo tenemos que aprender». Y quizá hay un aspecto importante que podemos ofrecer a nuestras familias religiosas y es la conexión con la realidad, con esta generación, con este momento de nuestra historia y nuestro carisma. «Estamos comprobando que la gente mayor de nuestras congregaciones no son las más lejanas a nuestra vida. Quizá otras edades, más próximas, no tienen paciencia o capacidad para entender que nosotras tenemos que hacer nuestra vida religiosa, vivir nuestro momento».

Responder a las necesidades de hoy…

Para responder a las necesidades de hoy, tenemos que caminar más en la línea del conocimiento de los signos de los tiempos. «Nuestro sitio está en los barrios marginales». Nuestras congregaciones se van moviendo… pero muy poco, quizá por miedo o falta de confianza en el futuro. Tenemos claro que lo nuestro es vivir en clave del otro, en el que está Dios. «Esa es nuestra seguridad insegura».

Percibimos un cierto derrotismo. Se oye demasiado en nuestras casas que somos pocos. La realidad es que cuando uno tiene confianza en la vida, se tiene vida para regalar.

Estamos siendo testigos de una vida religiosa que va teniendo cierta praxis de cierre y reducción, pero hay poca apertura a una realidad nueva. Y «nuestra generación necesita ver realidades nuevas, presencias nuevas, y comunidades nuevas».

No es creíble una vida religiosa sin alegría

Es uno de los elementos más significativos. Se trata de la que viene de Dios. Quizá el problema que tenemos es que nos cuesta olvidarnos de nosotros mismos. Tendemos a poner nuestro yo en el centro de todo. «La limitación no es una imposibilidad para vivir la alegría». La alegría está vinculada a la oración. Es un don del Espíritu Santo. Dios llena nuestra vida de alegría, aunque tengamos que transitar por los caminos del dolor. «Somos jóvenes, pero hemos conocido el sufrimiento o la soledad; hemos pasado noches oscuras… pero no podemos renunciar a la alegría como tono vital del seguimiento».

En este momento de nuestra vida nos cuestiona la falta de alegría. Cuando decimos que la vivimos y no la compartimos. Cuando nuestra convivencia pierde la frescura de la donación para entrar en el cálculo. El Papa habla de la alegría del evangelio. No se trata de una alegría frívola, sino del «cauce de misión». «Yo no puedo decir soy feliz si mi vida transmite lo contrario».

Es tiempo de abrir puertas

Abrir puertas es hacer más palpable nuestra vida a quienes nos rodean. Compartir las preocupaciones y el plato diario. La vida religiosa tiene que estar más disponible a todos. A quien quiera entrar. Se trata de ser testigos de que se puede vivir de otra manera, participando de la vida de los demás. Exige que la gente entre pero, sobre todo, estar dispuestos a salir. Hay tres aspectos que los más jóvenes entre los religiosos insisten y quieren reivindicar: «tener una mirada limpia, la cercanía, la escucha…». Parecen tres deseos, o solo buena intención. Pero, en realidad, se trata de un proyecto ambicioso de reforma. La vida religiosa no puede renunciar a ser la mirada de Dios sobre el mundo. Proyectando esa pertenencia a Dios, que todos sean uno y todos encuentren su sitio en Dios, se está ofreciendo una de las líneas más arriesgadas de la Nueva Evangelización. La cercanía, por su parte, exige una profunda transformación de la vida religiosa apostólica que se ha de traducir en una vuelta decidida a los lugares carismáticos de la fundación, más desprotegidos que algunas presencias actuales que han perdido significación o capacidad de diálogo con el entorno. Finalmente, la escucha supone un estilo nuevo de misión. La vida religiosa tiene que dejarse hacer en este contexto. Más que ofrecer respuestas, debe estar dispuesta a encontrarlas en la realidad del mundo.

Profecía sí, pero no sólo de palabra

La vida religiosa no puede renunciar a la profecía. Es su esencia. Dicen las novicias que ésta pide un cambio de tono vital: «Si entiendo la vida religiosa como posibilidad y no como renuncia, estoy cerca de la profecía». En el siglo XXI no necesitamos palabras, sino obras. Gente que sea para nosotros interrogantes. La cuestión es confrontar la propia vida con la de Cristo. Se trata de vivir no a la deriva, sino en el ideal de Cristo.

«La cuestión no es que seamos buenos…». La profecía exige un anuncio y un testimonio que tiene que hacerse más evidente. Los valores que encarnamos son de una radicalidad que en estos tiempos nos están pidiendo gestos nuevos. El anuncio y la denuncia tenemos que vivirlo en primera persona. Nos duele que ante determinadas situaciones de dolor no sean las voces de la vida religiosa las que se oigan. «No podemos quedarnos tranquilos cuando ante las situaciones de injusticia las únicas voces que se oyen son las de las asociaciones o ONG’s…».

Acompañamiento, antídoto frente al individualismo

El valor de la vida religiosa está en las personas y su respuesta al don recibido. Cada día las personas necesitan más apoyo de aquellos con quienes conviven. La calidad de la vida en común no se salva con el cumplimiento de horarios, sino desde la profundidad de las relaciones. «Creemos que en nuestras comunidades tenemos que trabajar más la escucha». Ponernos en el lugar del otro y hasta leer la realidad con las claves del otro. Sólo así superaremos el reto intergeneracional e intercultural. Todavía nos queda mucho por trabajar. El acompañamiento no es sólo vocacional, es la vocación de la vida… «Muchas veces nos justificamos porque la escucha es un compromiso». Estar abiertos a la realidad de Dios que se manifiesta en la verdad de los hermanos nos lleva a encontrar la palabra oportuna en el momento oportuno.

La espiritualidad de la misericordia

«Nuestro mundo no necesita razones, ni muchos discursos articulados. Necesita testigos que ofrezcan misericordia». Por eso asumimos una espiritualidad transformadora que conforme nuestra vida en la llamada que este tiempo necesita. Creemos que, ante todo, nos pide ser misericordia en un contexto que «cree no necesitar a Dios». No tenemos miedo a salir de lo estancado o viciado, tampoco de la tentación de ser individualistas ilustrados. No queremos ofrecer una sabiduría sobre Dios, sino una vida construida desde Él. Estamos seguras de que la vida religiosa así sigue siendo necesaria, imprescindible y provocadora. Se trata de hacer de nuestra vida una vida de oración creíble para nuestro tiempo. Creemos que pertenecemos a un mundo que busca a Dios… aunque, a veces, no lo sepa. Por eso lo nuestro es ser misión de esperanza.

Así se expresan y así son. Hoy novicias, pero ya encarnan la vida religiosa de este siglo. De momento quieren ser, ofrecen sus inquietudes, preguntas y juventud. Esperan de nosotros que seamos hermanos con trayecto y llenos de Dios. ¡Ojalá sea posible!

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