jueves, 18 abril, 2024

PROPUESTA DE RETIRO

¡Y les respondió: “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva. ¡Y dichoso aquel que no se escandalice de mi”! (Lc 7, 22-23)
Jesús de Nazaret es reconocido como el esperado Mesías de Israel. Es “el que ha de venir”. No hay que esperar a otro. En Él se concentran y remansan las corrientes de la esperanza mesiánica del Primer Testamento, hacia Él confluyen y en Él se encuentran las historias de amor, de sabiduría y profecía. El abanico desplegado durante siglos se cierra y sintetiza en su persona y su des tino, en su mensaje y en su praxis. La flecha que recorre los tejidos históricos, sapienciales y proféticos del Antiguo Testamento encuentra el blanco decisivo en el misterio del Mesías Jesús. El tiempo se concentra y la historia recomienza en su vida y con su Pascua.

 


1. Signos de esperanza
No debió ser un hombre aburrido ni resignado Jesús de Nazaret; no habría entusiasmado a la mujer samaritana, ni a Zaqueo, ni a María de Magdala. Si hubiera sido un hombre escéptico, superficial y rutinario no habría sobrecogido ni estremecido el corazón de los pobres de su pueblo. No se habrían alegrado con sus bienaventuranzas los corazones de Pedro, de Juan, de María de Betania; nadie le habría se guido por los caminos de Palestina ni formado con él un símbolo real de la llegada del reino de Dios. Nadie se habría conmovido y llena do de alegría con su mensaje de amor y su praxis mesiánica. Juan Bautista no se habría inquietado.
La verdad es que Jesús de Nazaret es un portador de buenas noticias. Lo suyo es la profecía y el carisma. Anuncia y realiza una nueva etapa de la historia de la salvación, por eso no sintoniza con los que dan culto a la repetición de las leyes de siempre, de lo que siempre se ha hecho y dicho. La piedad farisea de la ley no le va. Le gusta la innovación y creatividad del amor. Toda su vida se convierte en epifanía y anticipación del futuro reino de Dios. A través de sus manos va brotando significativamente la victoria de la vida sobre la muerte; de la salud sobre la enfermedad; de la visión sobre la ceguera. Sus labios y sus pies van perfilando la utopía del hombre nuevo, abierto, solidario, fraterno, filial. A los que se ponen en contacto con Él les entran ganas de vivir y de ser más humanos y fraternos.

Tiene Jesús una forma muy peculiar de mirar cada situación y cada persona. Es capaz de tras-pasar la superficie de cada cosa y contemplarla en su verdad más verdadera con los ojos de la entrañable misericordia del Padre: se fija en la moneda de la viuda, en la actitud del samaritano, en la apariencia de los fariseos. Jesús, el Mesías, rompe constante mente la monotonía del tiempo sucesivo haciendo levantar la mirada al horizonte de lo nuevo y señalando con urgencia la irrupción en la historia de la utopía de Dios. Indica el fin del largo tiempo de espera, la llegada de la liberación y fiesta de la libertad. Ya es nuevo el tiempo y la tierra y el apremio de la gracia. Es urgente ponerse en camino de liberación, en camino de esperanza y de comunidad mesiánica.
Jesús se sabe inmerso en una historia inacabada. Va encendiendo luces en la oscuridad; va abriendo caminos al seguimiento, siembra el futuro de la vida. La huella de su encuentro y de su paso marca la vida personal y colectiva de tal manera que se convierte en destello del reino de Dios. Sus gestos mesiánicos de perdón de los pecados, de cercanía a los excluidos, son, al mismo tiempo, exorcismos que curan y transforman la creación, son curación de la ceguera, sordera, inmovilidad. Así constituyen la gran buena noticia para los pobres.

2. La bienaventuranza del escándalo
En su respuesta a los enviados del Bautista, Jesús remite a los signos mesiánicos que hace y a la evangelización de los pobres. El evangelio acontece en hechos y palabras. Y Jesús añade la bienaventuranza sobre el escándalo. Es una de las 50 veces que el NT utiliza el adjetivo makarios. En este caso no se trata de una advertencia; se trata de una palabra de proclamación para los discípulos y para los cristianos posteriores. Como las otras bienaventuranzas, tiene ésta connotaciones escatológicas y cristológicas. Es dichoso el que no se escandaliza porque está llegando el reino de Dios. Y porque Jesús es su mensajero y realizador.
Esta bienaventuranza pone de relieve la especial dimensión de la alegría y la felicidad por la llegada del reino. Y destaca la dimensión cristológica, puesto que Jesús se refiere a sí mismo1. Es una exhortación a la fe precisa-mente a aquellos que en el pueblo y entre los discípulos de Juan se hacen preguntas acerca de Jesús. Es de notar que el evangelio no nos cuenta la reacción de Juan Bautista ante la res-puesta que le trasmiten sus enviados. Ello significa que la bienaventuranza quiere llamar la atención sobre la predicación y actuación de Jesús. Es una llamada a abrir los ojos y los oídos. Se dirige especialmente a los que ya tienen alguna simpatía por Jesús. En ese sentido se trata de una advertencia misionera y habría nacido en el tiempo de la primera misión pales-tina2. En los primeros destinatarios, la bienaventuranza está dirigida a todos: Felices los que afrontan el escándalo de Jesús y testimonian su belleza y su verdad.
2.1. No hay proporción
Jesús reconoce que es necesario el escándalo (Lc 17,1).Una de las razones del escándalo reside en la desproporción entre el mensajero y el mensaje. El mensaje del reino de Dios que ya llega y se hace visible en lo signos mesiánicos está en clara desproporción con la humanidad del mensajero. La potencia de la pretensión mesiánica no casa con la fragilidad del mensajero que es un hombre “insignificante”. Jesús tiene una pretensión mesiánica desmedida: ser el enviado de Dios que realiza los gestos salvíficos de Dios mismo. Por eso es motivo de escándalo: ¡Pero éste, ¿por quién se tiene?! Se tiene por el Hijo y enviado de Dios. Se tiene por el Mesías de Israel. Y además, se siente enviado a evangelizar a los pobres. ¡Si al menos viniera a llamar a los piadosos y a los justos a una mayor fidelidad…!
2.2. No hay correspondencia
Otro motivo de escándalo reside en que el estilo mesiánico de Jesús no corresponde a las expectativas apocalípticas del Bautista. El mesianismo de Jesús no es apocalíptico. Jesús no amenaza con el juicio y el castigo de Dios. De hecho, Jesús se había separado del movimiento de Juan Bautista. Y había emprendido su propio camino. Había entendido que su misión era distinta. Su actuación es realmente mesiánica, pero no es un rey mesiánico al uso. Su mesianismo es diferente del esperado y anunciado por el Bautista en su movimiento penitencial y bautismal. Es distinto también del esperado en Qumrám, en cuya esperanza no había lugar para los ciegos, los sordos, los mudos, los leprosos3. La novedad de la práctica mesiánica de Jesús enlaza con las tradicionales promesas proféticas y teológicas. Es el Mesías que cumple las esperanzas defraudándolas y superándolas. Es un Mesías que no suplanta nuestra libertad y responsabilidad. Pero, al menos por el momento, no es el Mesías más fuerte, ni el gran rey, ni el gran juez, ni el que trae un bautismo de fuego…

3. El Dios invisible que ve y oye
En el AT la revelación afirma, por una parte, que Dios es invisible; y por otra, que está presente y actúa en la historia. Juega un papel importante la prohibición de las imágenes de Dios, es una cultura no-icónica. No obstante, no puede evitar los antropomorfismos al hablar de Dios y le atribuye sentidos corporales. Dios ve la aflicción de su pueblo. Dios escucha las súplicas de los fieles. Estas expresiones reflejan el corazón de la experiencia religiosa del Dios personal, que oye las plegarias y ve las lágrimas (Is 38,5)4. Los ojos de Dios están inclinados hacia los justos, sus oídos están atentos al clamor de los pobres; ellos gritan, Yahvé escucha, y los libra de todas sus angustias (Cf. Sal 34,16-18). El pueblo esclavizado en Egipto clama desde el fondo de la opresión y su clamor llega hasta Dios. Dios oyó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel (Ex 2, 23-25).
En el profeta Isaías son muchas las veces en que se asocia el ver y el oír tanto referido a Dios como a los hombres (Is 33,19; 37,17; 42,18; 42,20; 52,15: “pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán”); 64,3; Jer 4,21; 5,21; 42,14 Ez 12,2; 40,4; 44,5; Sal 45,11; 48,9; Pr 20,12; Cc 2,12; 2,14 Lam 1,18 Qo 1,8; Dan 9,18; Job 13,1; 29,11. Dios se da a conocer en los acontecimientos de teofanía; en ellos suele prevalecer el sentido de la vista; la vuelta de la gloria de Dios al templo es objeto de visión y es una buena noticia: “Escucha, tus vigías gritan, canta a coro porque ven cara a cara al Señor que vuelve a Sión” (Is 52,8). Ver a Dios con nuestros propios ojos es conseguir la plenitud de la vida. Tan es así que la vida eterna se resumirá en la visión de Dios.
Pero mientras vivimos en esta historia el rostro de Dios no es visible para el hombre. No se puede ver a Dios y seguir con vida: “pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo” (Ex 33,20+). Algo similar se vive con respecto a la escucha de la voz de Dios: “Habla tú con nosotros, que podamos entenderte, pero que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos” (Ex. 20,19). Por eso Moisés y Elías se cubren la cara ante Dios. Y también los Serafines (Is 6,2). El ver a Dios y que-dar con vida es un privilegio especial: “Moisés subió con Aaron, Nadab y Abihú y setenta de los ancianos de Israel y vieron a Dios…No extendió él su mano contra los notables de Israel que pudieron ver a Dios; comieron y bebieron” (Ex 259-11).
En el NT el prólogo de Juan insiste en que a Dios no lo ha visto nadie: “A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1,18). En efecto, la encarnación de la palabra es la manifestación de la gloria de Dios, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).
4. Las promesas mesiánicas
En el AT la experiencia del Dios vivo que habla, que escucha, que mira y ve, está en contraposición a los ídolos. Estos tienen boca y no hablan, tienen orejas y no oyen (Sal 115,113B). Las promesas mesiánicas y las visiones de la época mesiánica se describen de una manera sensorial recurriendo a la activación plena de los sentidos, como, por ejemplo, en Is 29, 17-24: “Oirán aquel día los sordos; los ojos de los ciegos los verán”. De manera similar en Is 30, 20-21: “con tus ojos verás al que te enseña; con tus oídos oirás detrás de ti estas palabras: ese es el camino, id por él (Is 30, 20-21; Is 40,20+).
Por el contrario, los ídolos son obra de escultores y tallistas, están hechos de madera, pero “no saben, ni entienden, sus ojos están pegados y no ven; su corazón no comprende. No reflexionan, no tienen ciencia ni entendimiento (Is 44,18). En cambio, Yahvé es el Dios creador que ha hecho todo, que ha creado el mundo como quien despliega una tienda y expande los cielos como un tul (Is 40,22), que ha elegido a Israel y lo ha formado como su siervo, que perdona y redime, da vida y confirma la palabra y los proyectos de sus mensajeros. Es un Dios que habla y revela su poder (Is 44, 9-20).
Los ídolos de los gentiles todos son obra de carpintero y de platero. “Son como espantajos de pepinar que ni hablan”. “No les tengáis miedo, que no hacen ni bien ni mal” ( Jer 10, 5).
Siguiendo esta línea, las prácticas mesiánicas de Jesús están formuladas en términos de curación de los sentidos. “Entonces despegarán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como el ciervo y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Is 35, 5-6). Las prácticas de Jesús realizan la misión profética tal como la señala el Tritoisaías: “Me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres, me ha enviado para vendar los corazones rotos y pregonar a los cautivos la liberación… y pregonar el año de gracia” (Is 61, 1-2). A las puertas del NT el texto evangélico constata el mutismo de Zacarías que es interpretado como señal de que ha tenido una visión o un encuentro con el ángel Gabriel (Lc 1,20. 22: “cuando salió, no podía hablarles, y compren-dieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo”).
Los pastores que vuelven del portal de Belén regresan alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho (Lc 2, 20).
5. Los ojos asombrados de Jesús y de los discípulos
La misión de Jesús incluye la curación de los sentidos: dar vista a los ciegos (Lc 4,18).
Los evangelios señalan una y otra vez, con insistencia la mirada y la visión de Jesús. “Mirándoles con ira…” (Mc 3, 5). “Al ver a las gentes, se compadecía de ellos porque estaban extenuados” (Mc 12,11). “Al ver a la ciudad lloró sobre ella” (Lc 19, 41).
“Jesús se sentó junto al arca del tesoro y miraba como echaba la gente” (Mc 12,11). “Al ver que comía con pecadores” (Mc 2,15). Con respecto al joven rico dice el evangelio: “Jesús, fijando en él la mirada, le amó y le dijo…“ (Mc 10,21). “Quítate de mi vista, Satanás, dice Jesús a Pedro” (Mt 16, 23).
Jesús mismo recoge un proverbio popular sobre los ciegos: “Un ciego no puede guiar a otro ciego; acabarían cayendo los dos en el hoyo” (Lc 6, 39; Mt 15, 14). Este proverbio Lucas lo atribuye a los discípulos, mientras que Mateo lo amplia a los fariseos.
“Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis”. Los discípulos de Jesús son testigos oculares de lo nuevo que está aconteciendo en torno a Jesús. Ante la curación del paralítico no pueden menos de exclamar: “Hoy hemos visto cosas increíbles” (Lc 5, 26).
Los ojos del discípulo se renuevan en la resurrección y exaltación del Jesús crucificado. La resurrección constituye un acontecimiento de revelación e iluminación (2Cor 4, 6), el discípulo es equipado con un nuevo desvelamiento del misterio de Jesús. La relación se hace personal y profunda (Fil 3, 8.9). “Alzad vuestros ojos y ved los campos que ya blanquean para la siega” (Jn 4,25). “Viendo la fe que tenían” (Lc 5, 20). “Cuando veáis a Jerusalén cercado por ejércitos” (Lc 21, 20). “Aprended de los lirios” (Mt 6). “Aprended de la higuera: cuando las ramas están tiernas y brotan… así también vosotros cuando veáis todo esto caed en la cuenta” (Mt 24, 32-33). “Todo el que mira a una mujer deseándola” (Mt 5, 27). “Si tu ojo te es ocasión de pecado… sácatelo y arrójalo de ti” (Mt 5, 28; Mt 18, 8-9). “El ojo, lámpara del cuerpo” (Mt 6,22-23). “Mirad a las aves del cielo” (Mt 6,26). ”Fijaos en los cuervos… fijaos en los lirios” (Lc 12, 24.27). En la historia de la pasión al narrar las negaciones de Pedro, el evangelista Lucas está atento a la mirada. Nos dice que “una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando…”. Y nos transmite la fina observación de la mirada de Jesús a Pedro: “y el Señor se volvió y miró a Pedro” (Lc 22, 61). Después de la resurrección el sentido de la vista juega un papel muy significativo. El Resucitado se deja o se hace ver. El encuentro con el Resucitado se traduce en un: “Hemos visto al Señor” (Jn 20, 19-31). El otro discípulo vio y creyó (Jn 20,8).
Los seguidores de Jesús somos iniciados a vivir con los ojos abiertos y asombrados. Para ver la realidad en toda su profundidad es preciso desarrollar una mirada asombrada, capaz de estar abierta a las sorpresas, a lo imprevisible. La curación de los ciegos tiene una indudable dimensión simbólica; se refiere a la visión que da el encuentro con Jesús y la fe en él.
6. Los oídos esperanzados de Jesús
Jesús retoma la esperanza vigente en las pro-mesas divinas de la historia salvífica veterotestamentaria. Dios está en medio de su pueblo; Dios camina con su pueblo como salvador y liberador. El mapa de la esperanza de Jesús se diseña en la audición de las promesas basadas en la fidelidad del Dios del amor.
El ministerio de Jesús se centra en la predicación del reino de Dios. Jesús es el profeta escatológico que comunica una buena noticia de salvación, que interpela al pueblo de Israel para que acoja la gracia de Dios. En el ejercicio del ministerio del anuncio y de la enseñanza Jesús cae en la cuenta de la distinta acogida que tienen sus palabras. Y nos cuenta la parábola del sembrador para explicar qué es lo que sucede con la palabra proclamada, cómo corre distinta suerte. En la parábola explica las distintas formas de oír y escuchar. Luego la parábola se trasmite como una alegoría descriptiva de la escucha. El sembrador, el pescador, el pastor son frecuentes personajes de estas parábolas.
Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica es como el hombre prudente que construye sobre roca (Mt 7,24). El que tenga oídos para oír que oiga (Mt 11, 15). Esta expresión se reitera con frecuencia puesta en labios de Jesús (Mc 4, 9; 7,16).
Curando la sordera, Jesús cumple la esperanza mesiánica: “los sordos oyen”. Las obras mesiánicas de Jesús curan el sentido del oído para abrir el espíritu a la novedad de su mensaje. Ha llegado el tiempo del cumplimiento. Es preciso estar con los oídos bien atentos. No valen excusas. No disculpan las distracciones. La buena noticia del reino se presenta con carácter de urgencia.
7. Tacto sanador de Jesús
El Jesús histórico fue un sanador en un mundo de sanadores. El testimonio evangélico sobre la acción taumatúrgica es muy masivo. Ocupa un espacio predominante en el evangelio de Marcos, casi la tercera parte de su escrito.
Jesús toca la realidad de la enfermedad. Como el samaritano, se deja afectar por los conflictos y la presencia del mal que roba y extorsiona. Jesús se conmueve ante la enfermedad. “Se acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: si quieres puedes limpiarme. Compadecido de él, Jesús extendió la mano, le tocó y le dice: quiero, queda limpio” (Mc 1,40-41; Lc 12,13-14; Mt 8,1-3). El mismo evangelista San Marcos en un sumario sobre la actividad sanadora de Jesús acentúa el contacto físico: “colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos le tocaban, quedaban curados” (Mc 6, 56). “Entonces les tocó los ojos diciendo: hágase en vosotros según vuestra fe (Mt 9,29). La hemorroísa le tocó su manto (Mc 5,27), ¿Quién me ha tocado…? (Mc 5, 31). El sordomudo… le ruegan que le imponga las manos… metió sus dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua (Mc 7,32-33). “Le presentaron unos niños para que los tocara” (Mc 10,13) y abrazaba a los niños y los bendecía imponiendo las manos sobre ellos (Mc 10,16). Con respecto a la mujer encorvada el evangelista San Lucas nos dice: “Al verla Jesús, la llamó y dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó. Y glorificaba a Dios” (Lc 13,13). En la aparición de Jn 20,19.29 entra de lleno el sentido del tacto “trae aquí tu dedo y mira mis manos… trae tu mano y métela en mi costado… “Si no meto mi mano en su costado, no creeré”. En la aparición a María Magdalena aparece también el sentido del tacto: “déjame”, deja de tocarme, no me toques (Jn 20,17).
Conclusión
1- La encarnación del Hijo de Dios en la vida e historia humana de Jesús implica que esta vida humana es la expresión de Dios mismo. Jesús es la palabra y la gramática de Dios para nosotros. Por eso la contemplación de Jesús tiene que llevarnos a su concreta humanidad mesiánica, a sus palabras, a sus gestos, a sus signos, sus relaciones. Y esto es precisamente el motivo de escándalo. En Jesús es Dios mismo quien se revela, y, al mismo tiempo se esconde. Es un Dios revelado y escondido en la historia de este hombre. Dios cumple sus promesas, pero no exacta-mente a la medida de nuestros deseos y nuestras esperas de felicidad. La felicidad que nos promete contrasta con la de nuestra sociedad.
2- Jesús es un Mesías sin la cobertura del poder social, político, militar. Es un Mesías que termina crucificado, y encima, tan cercano, tan metido en la vida cotidiana, tan identificado con sus discípulos y con el movimiento que puso en marcha. Eso lo hace vulnerable. Nos gustaría más un Mesías poderoso, triunfador. Nos sería más cómodo un Mesías admirable y adorable. Correspondería más a las expectativas de los deseos humanos de felicidad. Pero Jesús es un Mesías siempre nuevo, siempre sorprendente.
3- Desde el estilo mesiánico de Jesús también la vida concreta y cotidiana de los discípulos adquiere un espesor y una profundidad extraordinaria. Toda la corporeidad humana se convierte en símbolo y relato de Dios. Los sentidos corporales no son meramente algo que hay que “guardar”. No son un riesgo para la vida del espíritu; son su expresión y su alimento. Jesucristo mismo nos sana a través de nuestros sentidos. Y sana nuestros sentidos para poder oír su Palabra, ver su presencia en nuestra historia, comunicarnos con él en el diálogo de fe y oración.
Actividades
1 – Meditar el himno litúrgico que expresa con fuerza y belleza esta dimensión humana de la salvación. He aquí unos versos:
“Ungir tus pies, que buscan mi camino,
sentir tus manos en mis ojos ciegos,
hundirme, como Juan, en tu regazo
y – Judas sin traición – darte mi beso.
Carne soy, y de carne te quiero.
¡Caridad que viniste a mi indigencia!
qué bien sabes hablar en mi dialecto!
Así, sufriente, corporal, amigo,
¡cómo te entiendo!
¡Dulce locura de misericordia:
los dos de carne y hueso!5
2- Escribir un salmo de alabanza y agradecimiento al Padre por cada uno de nuestros sentidos corporales.
3- Hacer un ejercicio de lectio divina ampliando el texto comentado (Lc 7,18-32) utilizando datos de la reflexión que se ofrece.
4- Reflexión personal y diálogo comunitario.
-¿Cómo suelo vivir las limitaciones de alguno de mis sentidos: ignoro, reprimo, rechazo, acepto? ¿Qué aprendo de mí según sean mis maneras de reaccionar?
-¿Qué es lo que más me cuesta aceptar del mensaje de Jesús?
-¿Qué experiencia y conciencia tengo yo de continuar los signos mesiánicos de Jesús en la misión que llevamos a cabo?

1 Según R. Bultmann sería una palabra de Jesús mismo,
que habría existido aislada de este contexto actual.
2 Cf. Heinz Schürmann, Das Lukasevangelium, I, Freiburg 1969. p. 413.
3 Cf. Peter Stuhlmacher, Der messianische Gottes-knecht, en: Jahrbuch für biblische Theologie, 8, Der Messias, Neukirchener Vkuyn 1993, pp. 131-154, especialmente en p.143
4 Cf. George Savran, Seeing is Believing: On the Rela-tive Priority of Visual and Verbal Perception of the Divine, en: Biblical Interpretation. A Journal of Contemporary Approaches XVII(2009)320-361.
5 Himno de Laudes del viernes de la primera semana, Liturgia de las Horas, III, Madrid 1981, p. 686

 

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