viernes, 29 marzo, 2024

La casa de la Palabra, morada de la belleza

La Iglesia es “la casa de la Palabra”1, la convocación de los llamados a la familiaridad con Cristo, Palabra del Padre2. En ella se vive la vida según el Espíritu en proporción a la capacidad de hacer espacio a la Palabra3. Pero ¿cómo hacer espacio a la Palabra de Dios si hay tantas cosas aparentemente más importantes que hacer?
San Lucas esboza la arquitectura de esta casa basada en cuatro columnas, a saber: la asiduidad en la enseñanza de los apóstoles, la comunión, la fracción del pan y las oraciones (Hch 2, 42).
Esta asiduidad en el texto griego (proskartereo) hace referencia a una firmeza y perseverancia con tesón, fuerza y continuidad en el tiempo propias del sabio en la cultura griega. No es una asiduidad cualquiera, expresa una gran tenacidad frente a las contrariedades en los miembros de la comunidad-madre de Jerusalén4. A esta firmeza estamos llamados todos los bautizados para levantar estas cuatro columnas y hacer lugar a la Palabra.
De estas columnas nosotros nos vamos a centrar en las oraciones, objeto de nuestra reflexión. Éstas en la comunidad monástica se concretan especialmente en la Liturgia de las Horas y en la lectio divina que iremos desarrollando en estas líneas.
Liturgia de las Horas, sabía pedagogía de la Iglesia
La Liturgia de las Horas es el lugar privilegiado en el que Dios habla a nuestra vida5. Por eso San Benito dirá a sus monjes: “No se anteponga nada al oficio divino”6. Si Dios habla que ningún monje anteponga nada a la escucha.
Las alabanzas a Dios, que los monjes celebran como solemne plegaria coral, tienen siempre prioridad. Todos los cristianos oran, pero en la vida del monje o de la monja la oración es el centro de su tarea profesional. No oran por una finalidad específica, sino simplemente porque Dios merece ser adorado, porque de modo maravilloso ha creado el mundo, y de modo más maravilloso lo ha renovado. Es un puro servicio divino que brota del asombro ante la obra de Dios por amor al hombre.
Pero también es un servicio al hombre, puesto que: la comunidad que se reúne siete veces al día para alabar a Dios, testimonia o manifiesta que en el corazón del hombre hay un deseo humano originario de máxima felicidad, y que ese deseo o anhelo no cae en el vacío, sino que Dios lo conoce; Él está cercano al hombre y sale al encuentro de éste con su luz y su Palabra7.
Con cada gesto en la liturgia se hace presente que Dios mira el corazón de cada hombre. El Señor pronuncia una palabra para conducir a las personas a la felicidad, y el hombre mira a Dios y acoge su Palabra, realizando así el imperativo central de su vida: orar. De este modo la comunidad monástica se convierte en lugar de preferencia por Dios, y manifiesta al mundo la prioridad de Dios, es decir, que existe una razón última por la que vale la pena vivir: Dios y su amor incondicional al hombre, un amor que transforma el tiempo de simple cronología en paso de Dios8.
El paso del tiempo cronológico o «chronos» al «kairós»
La Liturgia de las Horas está destinada a marcar el paso de los días y de los tiempos del año cristiano, ofreciendo así el alimento espiritual cotidiano9, ya que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4).
La sabia pedagogía de la Iglesia con la liturgia manifiesta este ideal cristiano de santificar todo el día al compás de la escucha de la Palabra de Dios, de la Tradición viva de la Iglesia y de la recitación de los Salmos, de manera que toda actividad tenga su punto de referencia en la alabanza ofrecida a Dios10.
Por eso santificar el tiempo con la Liturgia de las Horas es orientar el tiempo del día y de la noche a Dios y al cumplimiento de su plan. Viene a ser un ordenar todas las actividades en el tiempo a Cristo, reconocer su presencia continua, y de este modo experimentar como el tiempo cronológico se va convirtiendo conscientemente en tiempo de salvación, va pasando de ser “chronos” a ser “kairós”. Así la monja aprende a interpretar el tiempo como historia de salvación y lo celebra con toda la asamblea en el oficio divino11.
En el espíritu de la Liturgia de las Horas hay un lenguaje armonioso que nos grita: Dios nos alcanza en el tiempo. Pero no nos alcanza para destruirnos, sino para hacernos partícipes de su mismo ser. Dios es luz, con la liturgia seguimos el ritmo de la luz, o lo que es lo mismo el ritmo de Dios, la dinámica de su ser. El marco que impregna toda la liturgia es el sucederse de la oscuridad y la luz, de la noche y del día. Este simbolismo nos recuerda cómo nuestra existencia se va consumiendo en la presencia de Dios, y somos invitados a participar de su Luz, su Amor y su Vida, lo único que permanece porque no es caduco12.
Es inmensa la riqueza de matices de la Liturgia de las Horas, en ella realizamos el ejercicio diario de mirarnos al espejo del plan salvador de Dios, y sintiéndonos en su presencia, vernos dentro de ese proyecto de Dios. Y es que la monja no vive en la estratosfera, pisa la tierra y la realidad del mundo, pero la salmodia y cada nota musical, le invitan a ir más allá de las preocupaciones triviales y del reduccionismo del mundo a su propio ego. Toda la liturgia alienta a la comunidad monástica a ensanchar el corazón, a ampliar la mirada empequeñecida por las preocupaciones, a buscar lo extraordinario en lo realmente ordinario, y a mirar la realidad llenos del asombro que caracterizó la mirada de Dios ante la maravilla de la creación en el Génesis: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gn 1, 31).
El mismo lenguaje nos introduce en el rico contenido de esta expresión. La palabra “kalós” que significa bueno (bien) y bello, implica etimológica y simbólicamente el sentido de llamada (kaléo). La liturgia nos conduce, pues, a reconocer que todas las personas y las cosas son creadas y llamadas para ser buenas y bellas, nos recuerda otro modo de ver las cosas, otro modo de experimentar las realidades, otro modo de resolver los conflictos, otro modo de vida, el modo de Dios manifestado en su Palabra13.
Cierto que el mal existe, es evidente en nosotros y alrededor, pero el mal es erradicado no con la dureza sino con la santidad de la Palabra de Dios. Nuestra misión es tocar al mundo con la Palabra de Dios en la liturgia, de tal modo que el mundo, como cuerpo extendido de Cristo, nos dice su santidad Bartolomé I, pueda decir: “Alguien me ha tocado” (Mt 9, 20), y así la Palabra cure y transforme el mundo empequeñecido por el mal.
Es algo similar a lo que ocurre con las placas tectónicas: los estratos más profundos de la tierra necesitan sólo moverse unos pocos milímetros para hacer añicos la superficie del planeta. Para que ocurra esta revolución espiritual en el hombre se necesita una pequeña Palabra proclamada, y Dios realiza esta metanoia radical en el oyente de abrir su pequeño ego al diseño del Creador. Esto es lo que realiza la liturgia de la Iglesia, y por ende la liturgia monástica, en quien se introduce en su espíritu de celebración14.
Pero además la liturgia es epifanía de la belleza, lugar que nos revela el rostro de Dios en su belleza esencial.
La liturgia: Epifanía de la belleza
El deseo de Dios está inscrito en el corazón del ser humano. Esta sed de Dios es también sed de lo trascendente, de la verdad, del bien, de lo bello. Dirá San Basilio: “Por naturaleza los hombres desean lo bello”15. Desear y buscar lo bello es amar y rastrear las huellas de Dios. Es más dirá Dionisio: “Todas las cosas llevan dentro el deseo de hermosura”16.
Juan Pablo II hizo hincapié en esta nostalgia del hombre por lo bello, y en su carta a los artistas escribía:
“Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres, es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones, y las hace comunicarse en la admiración”17.
La belleza de Dios aparece así como la meta de la vida cristiana. Si miramos a nuestro alrededor vemos una humanidad cansada, desorientada, en muchos casos desesperada por la fealdad del mal que aleja de Dios, belleza Suprema. Nuestro mundo tiene necesidad de ser salvado por la belleza, y no hay nada más bello que Cristo18. Dios es bello y su obra de redención en Cristo manifiesta esta belleza, que en nuestro vivir cotidiano se hace presente en la liturgia (SC 2). Ella es el instrumento privilegiado y eficaz para mostrar a todos los hombres la belleza de un Dios que salva19.
De hecho, para los Padres griegos, la belleza era uno de los nombres de Dios, y el camino por el que el hombre se encuentra con Dios es nombrado como filocalía, amor por lo bello y bueno (kalía)20. La liturgia hace presente armónicamente esta filocalía, este camino hacia Dios, esta llamada a la santidad de todo el pueblo de Dios, que no es sino una llamada a la Belleza21.
Esta belleza también brilla con luz propia en la lectio divina.
La lectio divina
Lectio divina y liturgia están en estrecha relación porque la lectio divina o lectura orante prepara, acompaña y profundiza lo que la Iglesia celebra con la proclamación de la Palabra en el ámbito litúrgico22. Por tanto la lectio divina es una lectura hecha en la Iglesia, inseparable de la Tradición Patrística y de la expresión litúrgica, tan importante en el carisma cisterciense.
Es búsqueda sincera de Dios en el texto sagrado y lectura orante en el Espíritu, capaz de abrir no sólo el tesoro de la Palabra de Dios, sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente23.
En el ejercicio de la lectio divina se entrelazan el ver y el oír, que conducen al gustar24. En la visión de los signos lingüísticos aparece internamente la palabra de un ser que nos habla, Dios mismo. Por eso podemos decir que la Escritura es recibida en la lectio divina como una realidad viviente, no como un libro muerto.
Pero sin el motor de lo que San Benito denomina el oído del corazón se hace imposible cualquier compromiso de búsqueda de Dios en la Escritura. Por eso la Regla benedictina comienza por la palabra Escucha, que alude al Shemá Israel25, y que es una llamada a entrar en la profundidad del silencio. Para ello el hombre tiene que rebajarse, empequeñecer para entrar en el sosiego interior y escuchar26.
Todo en la creación, incluso una piedra, escribe Basilio el Grande, lleva la marca de la Palabra de Dios. Esta es la verdad de una hormiga, de una abeja, y de un mosquito, las más pequeñas de las criaturas27. Pero el hombre ha renegado de su propia naturaleza, de esta marca de la Palabra. La naturaleza entera nos llama a rebajarnos lo suficiente para escuchar la Palabra de Dios en la creación y en la Escritura Santa.
Así la lectio divina se convierte en una lectura hecha con Dios, nuestro Creador, en su compañía, de corazón a corazón, hecha en el ambiente de gustad y ved que bueno es el Señor28, de tal manera que nos impele a vivir el don mismo de Dios, hecho mensaje y energía de voz para nuestra vida.
El misterio de la presencia de Dios está en la raíz de la lectio divina. Que Dios creara al hombre a su imagen y semejanza significa que le habló, que pronunció el “hagamos”, y desde entonces se inició el diálogo entre el Creador y la criatura que continúa abierto en el Tú vivo de la Escritura Santa. Este diálogo con la Escritura comienza por un asombro ante la letra inerte que se abre, y aparece este Tú vivo que cuestiona la vida del lector y lo pone en camino hacia la plenitud.
Los tres pasos clásicos de la lectio divina son la Lectio, Meditatio y Oratio29. Pero los monjes tenían una serie de ejercicios que preparaban la praxis expresados con los siguientes verbos latinos:
1. Sede: siéntate en hondura, toma conciencia de lo que vas a hacer, entra en un clima de paz y serenidad. La sentada reclama aquella característica que según San Gregorio Magno era habitual en San Benito: morar consigo mismo (habitare secum).
2. Tolle: coge el texto, que te embargue la emoción de que lo que tienes entre las manos no es palabra humana, sino la Palabra misma de Dios.
3. Lege: lee, que tus ojos se esfuercen y desgasten en restregar el texto como se frota el pedernal para que salte la chispa del fuego y arda el corazón. Deletrea saboreando, en el medievo se leía en alta voz, las llamadas voces paginarum. La oreja está atenta y se esfuerza en captar lo que la boca articula. Es un ejercicio sumamente activo.
4. Audi: oye, escucha diligentemente.
5. Medita: medita, piensa, considera. La lectio deriva en meditación que es fijar en la memoria, es un murmullo interior que hace retener la Palabra leída dentro, en lo profundo del ser30.
La actividad de la lectio- meditatio va perforando el corazón hasta abrirlo a la oración y al diálogo con Dios. Es un ejercicio lento, intuitivo, integral, sapiencial, receptivo, desinteresado, inteligente y cálido.
Conclusión
Concluimos, pues, que la comunidad monástica manifiesta su identidad de “casa de la Palabra” a través de la Liturgia de las Horas y de la lectio divina. Con ello testimonia al mundo el primado de Dios y su Palabra y el anhelo de felicidad inscrito en todo hombre. Anhelo ante el que Dios se conmueve y sale al encuentro de su criatura para saciarlo profundamente.
Dios se hace presente en el tiempo y en la historia, llenando el tiempo de sentido y plenitud. Esto se testimonia en la Liturgia de las Horas, que tiene como fin santificar el tiempo, llenarlo de Dios, y mostrar al mundo la belleza de un Dios que salva, que es amigo del hombre.
El desarrollo de esta amistad con Dios se hace escucha, encuentro y diálogo en la lectio divina. En ella el hombre encuentra su propia identidad, su ser criatura marcada por la Palabra desde el origen, y continúa el diálogo que Dios inició en el día de la Creación cuando pronunció el hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.

1 BENEDICTO XVI, Mensaje final al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos, III, 6.
2 BENEDICTO XVI, Verbum Domini, n. 51.
3 Lineamenta del Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia n. 34.
4 L. COENEN y cols, Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. Vol III. Salamanca 1986, 235s.
5 BENEDICTO XVI, Verbum Domini, n. 52.
6 Regla benedictina 43,3.
7 BENEDICTO XVI, Discurso a los monjes cistercienses de la abadía de Heiligenkreuz, 9 de Septiembre de 2007.
8 C.I. AVENATTI, “La via estética como kairós para el nuevo milenio” en: Cuadernos Monásticos 140, Aregentina 2002, 37-61; J. ALDAZÁBAL, “Elogio de la estética” en: “Gestos y Símbolos”, Dossiers CPL 40, Barcelona 2003, 383-397; C. VALENZIANO, “L’impareggiabile ministerio della belleza” en: La Vita in Cristo 7, Bologna 1996; Idem, “Scritti di Estetica e di Poietica – Su l’arte di qualità liturgica e i beni culturali di qualità ecclesiale”, Bologna 1999, 150; AA.VV, “Belleza y liturgia” en: Phase 253, Barcelona 2003, 5-82; AA.VV. Abrir caminos a la belleza de la fe, Santander 1999, 97-152.
9 Mensaje Final del Sínodo de la Palabra III, 9.
10 BENEDICTO XVI, Verbum Domini n. 62.
11J. J. FLORES, Una liturgia para el Tercer Milenio, Madrid 2000; C. FLORISTÁN, Diccionario abreviado de liturgia, Estella (Navarra) 2001.
12 J. ALDAZÁBAL, “El tiempo, la luz y la alabanza” en: “La alabanza de las Horas. Espiritualidad y pastoral”, Dossiers CPL 46, Barcelona 1991, 196s.
13 BARTOLOMÉ I, Discurso del Patriarca Ecuménico Bartolomé al Sínodo de los Obispos en el rezo de vísperas, Roma 18 de Octubre de 2008.
14 J. RATZINGER, El Espíritu de la Liturgia, Madrid 2001.
15 Regulae fusius tractate, PG 31, 912.
16 DIONISIO AEROPAGITA, Obras Completas. Los Nombres de Dios, Madrid 1995, 302.
17 JUAN PABLO II, Carta a los artistas, Roma 4 de Abril de 1999.
18 F. DOSTOYEVSKI, The Brothers Karamazov. Penguin 1958. Vol II, 426.
19 A. GIL, “La vocación a la belleza” en la Exhortación Apostólica “Vita Consecrata”, Cuadernos Monásticos 125. Argentina 1998, 137.
20 G. MANZONI, La Spiritualitá Della Chiesa Ortodossa Russa, Bologna 1993, 346. Cf. BENEDICTO XVI, Homilía en el día de la Vida Consagrada, Roma 2 de Febrero de 2011.
21 Ver: L. M. CHAUVET, Du symbolique au symbol. Essai sur les sacrements. París ; J. M. CANALS, “La Belleza en la celebración” en “Celebrar en Belleza”, Dossiers CPL 109, Barcelona 2006, 61-71.
22 BENEDICTO XVI, Verbum Domini n. 86.
23 BENEDICTO XVI, Mensaje Final al Pueblo de Dios del Sínodo de la Palabra, III, 9, Roma 2008.
24 J. Mª DE LA TORRE, Presencia Cisterciense. Memoria, Arte, Mensaje. Zamora 2000, 525 – 529.
25 Dt 6, 5.
26 BENEDICTO XVI, Verbum Domini n. 66.
27 BARTOLOMÉ I, Discurso del Patriarca Ecuménico Bartolomé al Sínodo de los Obispos en el rezo de vísperas, Roma 18 de Octubre de 2008.
28 1Pe 2, 3.
29 A. LLAMAS VELA, Orar con la Biblia. Práctica de la Lectio Divina, Ed. Paulinas. Madrid 2001; IDEM, Palabras para el camino. Reflexiones para cada día, Estella (Navarra) 2005; IDEM, El misterio del Verbo Encarnado, Madrid 2003; IDEM, El Ave María. Una sinfonía contada y recontada, Córdoba 2010.
30 J. Mª DE LA TORRE, o.c. 368-372.

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