viernes, 29 marzo, 2024

¿DÓNDE ESTÁ TU DIOS?


 

La pregunta no es ingenua. Donde esté tu Dios, está tu corazón, está tu fe y tu esperanza.
Es tiempo de vida y resurrección. Pero la cuestión no es tanto lo que decimos o cantamos, sino lo que vivimos y actuamos. ¿Dónde está tu Dios?
                               
Albert Nolan con esa peculiar unción que tienen aquellos que miran con los ojos de Dios, nos decía en sus escritos sobre Esperanza en una época de desesperanza, algo sabido y nuevo, el pecado no pocas veces sirve para que la mano de Dios se haga palpable en signos de esperanza.
 

La “feliz culpa” que nos ha traído la resurrección se repite. Terribles desgracias ocurridas en Haití y Chile; pandemias que asolan los lugares más pobres de nuestro planeta; sociedades ricas que miran para otro lado ante la necesidad; individualismo que se extiende y asola los intentos de solidaridad… están siendo un campo abonado para la nueva vida consagrada que necesita el siglo XXI. Más solidaria, ligera y clara; más comunitaria y pobre. ¿No deberíamos interpretar así la debilidad de nuestras fuerzas o la elevada cifra de nuestras edades? Ante estos signos de contradicción o desesperanza, de nuevo la pregunta: ¿dónde está tu Dios?
Tiene que haber mucha esperanza en aquellos y aquellas que hacen del sufrimiento del otro su razón de ser y estar; en aquellos que cada mañana se disponen a abrir los labios y cantar la alabanza más allá de los acontecimientos; en tantos consagrados que, en silencio, van haciendo posible lo imposible… sólo porque creen.
Hay mucha esperanza en los que todos los días empiezan de nuevo, lo intentan una vez más, se alegran con la alegría del otro desplazando el propio sentimiento…
Hay esperanza en la vida consagrada… y hay que cantarla. Estoy persuadido de que somos más de lo que anunciamos. Incluso de que podemos más de lo que creemos… Un signo de resurrección, también, es crecer en la confianza entre nosotros… Porque esa confianza posibilita la vida, como la desconfianza es la polilla de la posibilidad.
Las ambigüedades y el pecado; la reducción de la misión a pura programación; la sustitución del anuncio por la mera reunión, ¿no estarán siendo un anuncio de esa providencia misteriosa de Dios que está empezando a mover los corazones?
Me viene a la memoria aquel relato sobre un matrimonio que estaba en crisis. Se les ocurre la feliz idea de hacer un viaje, por consejo de un técnico en situaciones de crisis… A la vuelta del viaje, la crisis persistió y el matrimonio aprendió a convivir sin vida y sin preguntas… Algunas soluciones que nos ofrecemos en la vida consagrada se parecen a ese viaje. Encuentros solemnes donde salvamos las formas, sin entrar al fondo. Relatos de proyectos que den titulares, sin misión que apasione. Discursos sobre la comunión aséptica, sin trabajar las vidas para que se encuentren… En el fondo, salvar la apariencia, sin ir al fondo… Y allí, en el fondo, está la gran pregunta de la vida consagrada: ¿dónde está tu Dios?
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