jueves, 28 marzo, 2024

REGALARNOS UNA TARDE

 Vivir en el Viento
Cuando Jesús habla más abiertamente del Espíritu, después de decirle a Nicodemo que tiene que nacer de Él para entrar en el Reino (Jn 3, 5), es en el momento de su despedida. El evangelio de Juan nos muestra la vida interior de Jesús, aquella capacidad que le llevaba a amar lo no amable, a incluir a los que eran dejados fuera, a reconocer las huellas de Dios en lo humano. Nunca se atribuye a sí mismo ese poder sanador y generador de vida, lo recibe de Otro, y va a ser al final cuando lo dé a conocer: “pediré al Padre que os envíe otro Valedor que esté con vosotros siempre” (Jn 14, 16).

 Como nuestro Maestro, o Maestra Interior, que nos enseñará a dejarnos conducir hacia la bondad, hacia la donación, hacia la reconciliación y la alegría. El nombre que Jesús le da es el de Paráclito, en griego: el que mira por nosotros, el que defiende, el que auxilia, el que infunde ánimo, el que alienta; el que otorga valor y da confianza. El que nos susurra al oído, “no te rindas, aún estás a tiempo”.
En muchas situaciones de nuestra vida necesitamos oír esa voz cuando no sabemos cómo aceptar las sombras y las voces del miedo que se van agrandando dentro de nosotros. Creo que al principio de la vida una piensa que hay cosas que van a cambiar, que aquello que más nos molesta en nosotros podremos quitarlo con esfuerzo, con voluntad; como si una pudiera modelar su presencia, como hacen con el cuerpo, a golpe de bisturí, cortar y succionar aquello que sobra. También en la historia querríamos actuar de la misma manera, pero no va por ahí la tarea del Espíritu. A él le gusta reunir, integrar, conciliar. Llevarnos a un lugar interior, a un centro de calma, donde todo tiene su lugar, donde todo encuentra su sitio.
Cuando el Espíritu está sobre un rostro, entonces el lobo y el cordero que habitan en su interior pueden estar increíblemente juntos y pacificados (Is 11, 6). Sin dejar de ser lo que son, pueden convivir y acogerse en su diferencia. El uno contiene al otro, porque ambos forman parte de nuestro tejido humano y de su misterio. La tarea del Espíritu no es ayudarnos a “librarnos” de aquello que sentimos hace opaca la existencia y nos atemoriza, sino que su acción nos lleva, suavemente, a tomarlo, a dejarlo ser, a abrazarlo. Su trabajo de transformación nos enseña a hacer amistad con zonas de nuestra vida, de la realidad, de los otros, de las que nos habíamos distanciando, de las que nos sentíamos separados. Nos lleva a descalzarnos porque ya no tenemos miedo de que la tierra que pisamos dañe nuestros pies. Nos atrevemos a vivir en el Viento.

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