viernes, 29 marzo, 2024

O formación permanente o frustración permanente

Como ya hemos recordado, la formación permanente (FP), es el único problema verdadero de la Vida Consagrada, no porque no haya otros, sino porque, en la lógica auténtica de la FP, cualquier problema pasa a ser momento y oportunidad de formación, como una mediación, por lo inédito, de la acción formativa del Padre.

No hay duda de que hoy la Iglesia está viviendo una etapa de gran dificultad, es inútil ocultar la delicadeza del momento histórico del paso de un pontificado a otro. Desde que Benedicto XVI ha decidido retirarse, todos hemos comenzado a sentir la gravedad del momento, aunque ahora parece mayor la alegría por la elección del nuevo Papa.

En realidad, todo depende de la certeza que llevamos en el corazón y que debería ser fruto de la experiencia personal de cada uno: no existe un momento neutro y privado de la gracia que nos forma; el Padre, formador de todos nosotros, nos ofrece tal gracia en cualquier circunstancia y a través de cualquier situación, también, y quizás sobre todo, cuando la vida sigue recorridos inéditos y nos sentimos privados de aquella garantía con la que es más fácil mirar hacia adelante. Crisis vocacionales, envejecimiento de los miembros, conductas inmorales, sensación de insignificancia, miedos y dudas sobre una Iglesia un poco tímida… todo parece contribuir a esbozar un futuro incierto y con muchas incógnitas.

 

¿Y si, por el contrario, aprendiésemos a vivir todo esto, junto con el paso histórico de un pontificado a otro, como escuela de FP? Como mediación a través de la cual el Padre no cesa de amonestarnos a tener fe, de reconducirnos a lo esencial, que es Él sólo y su Reino, de recordarnos que no somos mejores que los otros, de desvestirnos de nuestros estúpidos narcisismos religiosos (el número, la fama, la visibilidad, el poder, el éxito…), de no contentarnos con repetirnos y fotocopiarnos indefinidamente, de aprender a ser minoría inteligente y esperanzada, creativa y fantástica, quizás aprender a morir sin pretender cualquier garantía de inmortalidad para que nazca una vida nueva…

¡Bienvenidas sean las situaciones de crisis y de falta de certezas, de confusión y desconcierto, si todo esto nos purifica y nos renueva, y nos hace cada vez más consagrados al Amor que salva! Nuestra formación está hecha también de estos momentos; precisamente por esto dura toda la vida y comprende la muerte.

La alternativa sería muy triste: quien no aprende a dejarse formar por la vida para toda la vida, incluso y particularmente en los momentos oscuros y difíciles de la misma, se encerrará cada vez más en sus “religiosas” depresiones y desesperaciones. ¡Si nuestra vida no es FP, es frustración permanente!

 

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