jueves, 28 marzo, 2024

Negociar con el talento recibido

DOMINGO XXXIII

Lo releí en la noche. Buscaba luz con la que entrar en el misterio del domingo y de su Eucaristía.
Para la Iglesia, el tiempo final del Año litúrgico es signo del fin de los tiempos.
La carta del Apóstol Pablo da nombre a lo que el signo representa: “El Día del Señor”, que “llegará como un ladrón en la noche”; por eso se nos dice: “Estemos vigilantes y vivamos sobriamente”.
El evangelio, con su referencia explícita al “señor de aquellos criados”, que “al cabo de mucho tiempo, volvió y se puso a ajustar cuentas con ellos”, remite también a un juicio final sobre la vida de cada uno de nosotros.
Todo ello daría pie para una reflexión sobre nuestra responsabilidad, pues si una etapa termina para nosotros con el juicio, otra empieza en ese mismo instante, etapa que, feliz o desdichada, se habrá gestado en el seno de la que termina.
Pero esa reflexión, necesaria cuando se trata de definir nuestra responsabilidad moral, no basta para introducirnos en el misterio de la celebración eucarística.
Dado que la Eucaristía es encuentro con el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, será oportuno que en la parábola de los talentos indaguemos qué se nos dice del que nos llama, del que nos deja encargados de sus bienes, del que a su tiempo ha de ajustar las cuentas con nosotros.
Todo es del amo que “llamó a sus empleados, y los dejó encargados de sus bienes“. Observa, sin embargo, lo que se dice al empleado negligente y holgazán: “Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez”. Parecía que todo fuese del Señor, y lo era; pero también es verdad que todo es de los empleados, pues todo les ha sido dado: los talentos recibidos y los talentos ganados.
La parábola no se puede entender desde el negocio, sino desde la gratuidad, pues regalo es lo que el señor deja, regalo es lo que el empleado gana, y regalo es la recompensa que el señor da y que el empleado recibe.
El único que se ganó una condena a las tinieblas fue el que interpretó el amor de Dios como si fuese avaricia, y administró su vida como si de su señor nada hubiese recibido: ¡Uno que sabía cómo poner a Dios en su sitio!
Tiempo de negociar, tiempo de amar: ése es tu tiempo, Iglesia de Cristo, tiempo para acoger en la fe el amor que Dios nos tiene, tiempo para la respuesta humilde del amor que nosotros le tenemos.
Y la Eucaristía es imagen sacramental de esa relación de amor. El Padre, que nos ama, nos entrega hoy el talento inestimable que es Cristo. Y nosotros acogemos en la fe el magnífico don: escuchamos sus palabras de gracia, comulgamos su Cuerpo glorioso, y vamos en seguida a negociar para ser transformados en Cristo, que es el único modo que conocemos de ganar con el talento recibido.
Feliz domingo.

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