jueves, 28 marzo, 2024

Acompañar institutos que corren riesgo de extinción. La opción de morir con dignidad. El arte carismático de morir

Este es el interpelador título que me han ofrecido para estas reflexiones. Las comienzo con tres citas de un autor clásico en el tema: “El ciclo vital completo de las agrupaciones de vida religiosa se extiende por un periodo que varía entre 250 y 300 años” 1. También nos recuerda que “La decadencia está inscrita en el mismo destino de estas agrupaciones”2. Y continúa afirmando que “se ha dado la extinción por inanición. Esta es la eventualidad más frecuente en la historia. Recordemos que de las 105 fundaciones realizadas antes de 1600, no hay más que 25 que aún permanecen con vida. Por tanto, es claro que los ejemplos de longevidad constituyen excepciones. Tres de cada cuatro fundaciones han cerrado el ciclo que hemos puesto de relieve. Se han extinguido para siempre”3.
La muerte de los institutos religiosos es una posibilidad, un riesgo y en algunos casos una realidad. Me ha tocado en un par de ocasiones ser “autoridad” para formalizar “defunciones”; en un caso se trató de un monasterio y en otro de una congregación religiosa femenina. He visto “morir” obras, comunidades, provincias o viceprovincias. Así desde una fecha determinada y en una concreta ciudad no hay ningún religioso de una congregación que en su día fue la primera en llegar hace una par de siglos. Murieron ahí. Algo de esas experiencias volcaré en estas páginas. Pero lo que está en mi mente en este momento es, sobre todo, las varias páginas que he escrito sobre la refundación de la vida con-sagrada y el esfuerzo por hacerla realidad en el mundo cercano de la vida marianista y en el más lejos de la vida consagrada en general y todo ello para evitar las defunciones o al menos para no adelantarlas. Hace 15 años escribía unas páginas en el libro Por un presente que tenga futuro4 sobre la “vida consagrada hospitalizada” y cómo se tenía que hospitalizar para librarla de la muerte. Parte de esa reflexión también nos va a servir en este artículo. Ahora, después de pre-sentar un icono para toda esta reflexión daremos un primer paso y hablamos de la muerte. Eso le ocurre al que está enfermo y los médicos no aciertan en el diagnóstico y en la medicación y cuidados. En un segundo momento hablaremos de la muerte de los institutos y, por fin, del acompañamiento para ayudar a morir con dignidad; para morir carismáticamente. Por supuesto, que en este momento son varios los institutos que enfrentan la realidad de la muerte. Están aboca-dos a vivir su ocaso. Otros, incluso nacen ya con pocas posibilidades de pervivencia
Vaya una primera convicción. La palabra muerte impresiona. No son pocos los grupos que tienen que afrontar esta inevitable muerte a menudo tan apartada de nuestra cultura contemporánea5. No hay duda que se pone más energía en nuestros días en alargar la vida que en darle calidad6. Por lo mismo, se precisa, como nunca, aprender a vivir para saber morir. Si logramos captar la muerte como el ocaso de la vida quizás podremos entender todos los matices que ese ocaso suele regalarnos. Acertar a humanizar el recorrido hacia la muerte nos permite, además, no renunciar a un valioso patrimonio de emociones únicas y de sentimientos valiosos.

ICONO PARA ESTA REFLEXIÓN
“Ante ti están la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz y el que garantiza la permanencia en la tierra juró dar a tus antepasados, a Abrahán, Isaac y Jacob” (Dt 30, 19-20).
Moisés en el libro del Deuteronomio ha con-versado muchas veces con su pueblo para recordarle que Dios “ni le abandonará ni le destruirá” (Dt 4,30). Ahora le habla por última vez. En esa ocasión hace una recapitulación de todo lo que había dicho durante el tiempo de la travesía del desierto. Por eso le entrega el corazón de su mensaje. Delante de los israelitas y delante de nosotros aparece un doble camino: uno que lleva a la vida y otro que conduce a la muerte. El pueblo de Israel y cada uno de sus integrantes puede elegir el uno o el otro. Si elige el primero será ben-decido por Dios con los frutos de la fecundidad, la fidelidad y la felicidad. Si elige el camino de la muerte le espera la esterilidad, la infidelidad y la tristeza; en una palabra, un fin trágico; se romperá la alianza, nacerá el conflicto. En otras palabras, Moisés recuerda a su pueblo que el Señor acostumbra a ponernos ante una doble alternativa: la de la salvación o la de la condenación. Sabemos bien, como nos lo dice el pro-feta, que Israel hizo una opción clara por la vida plena y fue cien por cien responsable de su decisión frente a esta propuesta (Jr 11, 1-14). Sabemos, también, que esta propuesta, en el fondo, pide más vida y una tal calidad de vida que esté marcada por la cercanía al Señor.


Cristo, como buen judío, conocía este mensaje: el de la vida o la muerte; su existencia se mueve entre esa doble realidad. Pero nos ofrece una perspectiva nueva para entenderlo bien. Invita a su pueblo a caminar por la senda estrecha; la que lleva a la vida y a esquivar la ancha, que conduce a la muerte (Mt. 7,13). La primera exigirá sacrificios (Mt 10, 32-39); pero dará mucho fruto siempre que nazca de una pasión por la vida y por el Reino que él anuncia. Cristo ha reorientado y mejorado la propuesta. En nuestra historia habrá muerte y vida; pero triunfará la vida; la muerte es el camino para la vida. No dudemos que seguimos las huellas de alguien que pasó de la muerte a la vida; que nos ha mostrado el camino de la vida en abundancia. No hay duda, hay signos de muerte en la vida consagrada de nuestros días. Quienes creen en la resurrección del Señor y siguen las huellas de un resucitado están llamados a transformarlos en signos de vida.
En realidad tenemos que colocarnos cotidianamente ante esta alternativa: generar, revitalizar, asimilar, transmitir vida en el contexto cultural de nuestros días o morir. Se trata de elegir entre caminos de vida y caminos de muerte. Vida o muerte se ponen delante de nosotros; nos toca optar (Dt 30,15-20). De todas formas no es fácil pagar el precio por la vida; por eso en la práctica, sin querer queriendo, optamos por la muerte.
LA MUERTE NO ES EL FINAL DEL CAMINO
Ofrecemos ahora unas reflexiones sobre la muerte. Es un hito más de nuestra historia y en parte una opción y en parte una “imposición” y exigencia.

– Entre la vida y la muerte
La vida es una opción y la muerte también. Cada uno elige su pasado y elige también su futuro y puede optar por un presente que tenga futuro. Elige la vida el que opta por el nacer, el crecer y el dar fruto; el que se hace significativo y fecundo; el que dice algo y tiene proyecto y en él se da la abundancia. Se anima a liderar la vida y llega a vida larga. Elige la muerte el que prefiere la mediocridad, la destrucción. El filósofo Adorno aseguraba que la normalidad era la enfermedad del siglo XX. Nos tenemos que animar a ser más que uno más y del montón, alguien que no resulte perfectamente intercambiable por cualquier otro, que no se identifique con un tipo normal y corriente, incoloro, inodoro e insípido, un mediocre. Se precisa estar muy atentos para no hacer de la mediocridad el ideal, de la carencia del valor propio el valor más venerado. La indiferencia ante lo malo lleva aparejada la apatía hacia lo bueno y lo excelente.
Con el Evangelio en mano y el carisma reavivado un instituto religioso nunca debería dejarnos en lo neutral e inconsistente. Por el contrario elige, verifica, presupone, elogia, des-carta, provoca, perturba, estimula; intenta favorecer un tipo de ser humano frente a otros. La vida cotidiana de una instituto religioso deberá ser el arte de admirar la excelencia y de ponerla por obra. Un enemigo declarado de la formación marcada por la vida y los valores es la tolerancia mal entendida. En nuestros días se tolera para no tener nada que admirar y así se camina poco a poco hacia la muerte; la genuina tolerancia, tolera a los demás, tan sólo porque no renuncia a la búsqueda del bien más apropiado. La falsa tolerancia es la que acaba comulgando sin más con lo tolerado. La buena tradición religiosa estimula y pone la superación en su debido lugar; uno diría que no nos permite morir, nos mantiene en vida. La mediocridad es un modo por el que adelantamos la muerte; y en el fondo, nos organizamos para celebrarla.
Otra manera de optar por la muerte es optar por la oscuridad y el caos. Conviene superar las identidades estáticas y llegar a una comprensión más profunda y lúcida7. El buen diálogo no pretende convencer al interlocutor sino acercar más a todos a la verdad siempre mayor y siempre nueva; la confusión mata. Otro modo de optar por la muerte es escoger el tiempo de invierno para nuestros días. Así se bloquea y paraliza la vitalidad. Se llega a la muerte, también, cuando se busca o se acepta la hostilidad8. Algunas veces, pocas, me ha asaltado la preocupación de poder morir solo en medio de la hostilidad llevándome las ilusiones conmigo mismo a la tumba. Parece que algunos lo hacen. De todas formas al escribir estas páginas ha sido constante la invitación a ir más allá de mi condición inconsecuente y empezar a construir una vida en íntimo contacto con las grandes realidades que nos están preparadas. Se trata de convertir en un proyecto teológico, espiritual, pastoral, cultural y sociopolítico las propuestas dispersas. Sólo así los sueños no mueren y se convierten en semillas de esperanza de un futuro deseable. Se sigue transmitiendo vida.
A más de alguno de los que lean esta reflexión y miran la presente realidad de la vida religiosa les surgirán algunas de estas preguntas: ¿Serán religiosos “nuestros hijos”? ¿Qué viene después de esto? ¿Se interrumpirá la cadena de la transmisión del carisma que no se acertó a hacer cultura? ¿Surgirá la alternativa revitalizadora? ¿Aparecerá vida? Estas preguntas las comparto, pero no me dejan deprimido ni quiero que sean ocasión para que transmitan amargura o angustia. Por el contrario, me las he hecho y las hago como llamadas a superar el miedo y a mantener la esperanza que se sustenta en la fe y se manifiesta en la caridad aunque no se descarta la premonición de posibles muertes. Estoy convencido que la presente situación no es peor que la de otras épocas que tendemos a añorar por tenerlas idealizadas. No dudo que para descubrir en ella indicios y brotes de esperanza está pidiendo una interpretación, una atención y una acción renovada que no siempre existen. Por eso, no es de extrañar que en distintos lugares de la geografía religiosa aparezcan iniciativas, escenarios, brotes de una real revitalización y también muertes reales. No debemos dejarnos domesticar ni por el medio ambiente eclesial ni por la posible mediocridad de nuestra Familia religiosa que con frecuencia podría estar caracterizada por las palabras de Machado en las cuales “difícil” se substituye por “imposible”: “Qué difícil es cuando todos bajan no bajar también”.
Hay una escena campestre que merece nuestra atención. Los burros muchas veces se resisten a moverse, pero en cuanto se les echa una carga encima comienzan a caminar. Tener pasión por hacer algo nos ayuda a realizarlo. Cuando asumimos una responsabilidad o nos fijamos una meta, nos ponemos a caminar. No debemos esperar que la presión venga de fuera. Si queremos superarnos necesitamos ponernos “cargas”. Así salimos de la tiranía del “no tengo ganas”. Cuando nos excedemos en el peso el resultado es tensión o agotamiento. La reflexión sabia me ha hecho comprender que es conveniente tener una carga un poco mayor de la que espontáneamente asumimos para no entrar con demasiada facilidad por caminos de muerte.
Por supuesto que hay que tener miedo a la muerte dulce. Sería injusto reprochar insensibilidad a los responsables de nuestras Congregaciones de este bloqueo real de nuestra vitalidad. Yo mismo, por lo demás, me debería atribuir algunos de estos reproches. Con todo, causa extrañeza la dificultad que la mayor parte experimentamos para hacer nuestros los análisis que los manifiestan. Más de una vez he llegado a pensar que lo que nos pasa es que no sabemos bien lo que nos pasa y no hacemos mucho para encontrar claridad. Sólo prejuicios poderosos explican la incapacidad de algunos de los responsables para hacerse cargo de la realidad que tienen ante sus ojos y la facilidad con que recurren a determinadas estratagemas para disimularla.
– Opción por la vida
Las palabras hechas canción de Gloria Fuertes son una clara advertencia: Atención, “no perdamos el tiempo que al corazón le llega poca sangre”; prestemos atención que el desierto avanza en la vida consagrada y lo dice un creyente y cultivador fiel de la esperanza. Y más de una vez eso ocurre porque no se opta por la vida. Creo que una persona, una comunidad, un grupo o un país que no es capaz de ver los reales signos de vida en él no tienen ningún futuro. Pero no hay que confundir los deseos de vida con los reales signos de vitalidad. Es importante identificar los signos de vida, lo es también ponerles nombre, situarlos, convertirlos en punto de partida de etapa nueva y agradecer y alabar al Señor de la vida y por esos claros signos de vitalidad. De la opción por la vida nacieron en la vida consagrada todos los procesos de renovación, revitalización, regeneración, refundación y reestructuración9. Al mismo tiempo bien podemos decir que surgió la necesidad de evitar la muerte. Empleando una imagen médica o del mundo de la salud consideramos a Jesús como la célula regeneradora, anticancerígena que ha introducido en este mundo un dinamismo, un modo de vida que lo cambia todo. Amó tanto a este mundo que el Padre le dio a su Hijo único para que tengan vida y vida definitiva (Jn 3,16). Jesús es sangre viva que enciende nuestro cuerpo vivo y con un fuego inextinguible.

– Opción por la muerte
La muerte es un fenómeno que hace presa incluso a los vivos. Tenemos que vivir la muerte de tal forma que se pase por la muerte para llegar a la vida. No es exagerado afirmar que en buena parte la vida es lo que es a causa de la muerte. La muerte posee de por si una densidad natural. Por eso bien podemos afirmar que tenemos derecho a la vida y también a la muerte.
Pero apostar por la muerte es un riesgo y la muerte misma es un riesgo, un momento clave
en la historia de una persona, denso e intenso . Es el fuerte mensaje de la estupenda novela Madre que estás en los cielos. A los 77 años, Julia, descubre que padece un cáncer terminal. Tomando por sorpresa a su familia y los médicos se niega a recibir el tratamiento que podría prolongar su vida y librarle de la muerte cercana. Decide tomar el camino de la muerte. Según ella, más tarde o más temprano, de igual manera, deberá enfrentarse a la muerte. Como preparación a esa muerte evidente y “querida”, Julia se dedica a rehacer el camino que siguió su vida, reencontrándose con las flores, con las personas, los lugares y las ruinas de su existencia. El libro es conmovedor, el suspense engancha desde el principio. Es una verdadera lección de vida. Con esta novela se entra en la muerte sin miedo y sin culpa11.
No hay duda que hay institutos religiosos que creen que ya cumplieron su misión y que han dado vida y de hecho, no se preocupan de “tener hijos” y esperan, como se dice vulgarmente, a que el último cierre la puerta. Dura realidad que algunos religiosos la viven a la luz del Eclesiástico: mientras eran jóvenes tuvieron un corazón juvenil y vivieron felices pero hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado… (Ecl 3, 1-2). Para ellos ese tiempo para morir ya llegó.

REALIDAD DE LA MUERTE DE LOS INSTITUTOS RELIGIOSOS: LA OPCIÓN DE MORIR CON DIGNIDAD
Quiero repetir que todo nos indica que no estamos avocados a la desaparición de la vida religiosa. Sí centra nuestra atención la desaparición de determinadas formas de vivirla y la “evaporación” de congregaciones que están en riesgo de desaparecer y Hostie nos ha recordado que es bastante frecuente. ¿Cuáles son las previsiones sobre el futuro de los institutos religiosos? Esta pregunta no puede faltar. Bien sabemos que hacer previsiones, sobre todo a largo plazo, es una de las formas más seguras de equivocarse. Además, el futuro es tanto más difícil de prever cuanto más insegura y movediza es la situación desde la que se establecen las previsiones. Pero precisamente en tales situaciones la preocupación por el futuro resulta inevitable. De hecho, durante las últimas décadas del s. XIX y XX, han sido incontables las previsiones de un final del cristianismo a fecha fija por parte de las personas más diversas. Hoy son en buena medida esas personas o corrientes las que han perdido vigencia, mientras el cristianismo sigue dando razones para creer, esperar y amar a mucha gente. Para nosotros la pregunta es más concreta: ¿Mi instituto religioso va a seguir viviendo o va a morir?
El tema no hay que analizarlo sólo desde la perspectiva del futuro si no del presente: hay congregaciones que se terminan, que dejan de existir. Y cuando eso ocurre, como ya hemos dicho, hay que proceder en una primera etapa a no dejarse morir, a saber el buen diagnóstico, a ponerse en manos de un buen médico, a rebrotar la vida. Hay que ver, actuar, emprender, pro-poner y sobre todo acompañar. Bien sabemos que la acción de resucitar muertos no es de los humanos; el Señor nos enseñó a rezar pero no a hacer milagros; pero sí sabemos y podemos convertir esta eventualidad de una instituto en una gracia.
Toda la reflexión que se ha hecho pretende que no quedemos a merced del futuro sino que estemos dispuestos a configurarlo. Nada justifica, a mi modo de ver, las visiones catastróficas o apocalípticas de algunos planteamientos y que numéricamente concluirían que la mayor parte de la vida consagrada desaparecería. La situación actual y la existente en algunos lugares no son ciertamente nuevas en la historia de las congregaciones religiosas ni peor que en periodos anteriores. De todas formas, mejor o peor, esta situación es la nuestra y la que nos puede tocar vivir y se precisa acompañar a los institutos que entran en procesos degenerativos y que conducen a la muerte.
No puedo ofrecer números sobre si son muchos o pocos y cuáles son los que han llegado o están llegando a esta situación. La muerte, en sus diversas expresiones, se ha acercado a la vida consagrada a la que toca, como a otras instituciones, aprender y enseñar a hacer y vivir el duelo y por supuesto resistir y superar la “enfermedad”.
EL ARTE CARISMÁTICO DE MORIR: HACER DE LA MUERTE UN MOMENTO DE GRACIA
Atrévete a volar y te nacerán alas. El atreverse a volar corresponde al surgir de un instituto religioso; esa audacia viene de un Fundador o Fundadora que se atrevió a volar en la Iglesia y la sociedad a las que hizo el don de la fundación de un nuevo instituto religioso. Pero los fundadores no fueron siempre capaces, no tuvieron la gracia para que a sus seguidores les nacieran alas. Y por lo mismo, no pudieron remontar las alturas y planear. A esos institutos les ha llegado o les puede llegar el momento de aterrizar y “morir”; quizás no deberían haber nacido. En más de una ocasión nacieron muertos; con poco carisma; les faltaba vino nuevo y desde luego odre adecuado, proyecto original y tarea significativa y en ocasiones hasta nombre original. A otros les pasa que han sido o son institutos religiosos para corto tiempo; y desde luego no para siempre. En sentido contrario hay institutos religiosos que no deberían haber muerto y que casi podemos afirmar que se han “suicidado” o al menos han realizado acciones suicidas y ello consciente o inconscientemente. Por supuesto que existen los responsables de este modo de proceder de tan nefastas consecuencias.
Lo menos que podemos decir es que se debe humanizar ese acontecimiento de la muerte de un instituto y lo más que hacer es ayudar a sufrir y a transformar este evento en vida. Para ello muchas veces se precisa de una ayuda extraordinaria12. Vivir bien este momento es todo un arte y una gracia; para adquirir ese arte y enseñarlo van algunas sugerencias:
-No conviene prolongar un ciclo vital que debe concluir, no conviene hacer uso del encarnizamiento que nos ofrece la tecnología médica. Así como morir dignamente ante una enfermedad irreversible, sigue siendo un derecho difícil de concretar, también terminar los días de un instituto religioso. Sin embargo, en algunos casos es la mejor decisión. Duro es afirmarlo, pero bien podemos decir que hay momentos en que se concluye que “la vida es una pasión inútil” (Sastre) por ser imposible.
-Vigilancia para descubrir los signos de muerte: en todas estas vicisitudes no hay duda que existen grupos que no llegan a ver los claros signos de muerte que hay en ellos. Los hay que no identifican bien los momentos de crisis y por tanto no los gestionan adecuadamente, no corrigen los errores y no salen fortalecidos y pro-ceden con responsabilidades no siempre bien asumidas. Sabemos que esas crisis pueden hacer temblar los cimientos de nuestras congregaciones. Tarea importante en el arte de acompañar la vida consagrada en riesgo es abrir los ojos y llamar crisis a lo que realmente lo es13. El buen acompañamiento en esta situación lleva a concluir que lo que no nos destruye nos hace más fuertes.
-Identificar el momento de muerte y ponerle nombre: no es fácil acompañar a morir, a desaparecer, a terminar y a quedar aniquilado y conseguir que esa realidad se viva como un momento de gracia. Para acertar en este acompañamiento es importante evidenciar las debidas motivaciones de la llegada de ese acontecimiento. ¿Por qué nuestro instituto va a morir? Hay que llegar a dar los auténticos motivos por los que lo mejor que se puede hacer es asumir esa muerte. Normalmente no se quiere morir; ni se acepta la muerte aunque sea muerte dulce; es normal que así sea ya que se identifica con destrucción, finalización, fracaso, incerteza, impotencia, liquidación y ruina. Otras se llega a pensar que nuestro instituto no puede morirse; se cree imprescindible y, además, como a veces ocurre, las obras tienen la vitalidad, actividad y viveza que a las personas les falta. De la muerte lo menos que se puede decir que es un enigma14. Es todo un arte llevar a un grupo a la convicción de que le ha llegado la hora de la muerte y dar las razones de ello; del final de su vida como institución, de no poder seguir como está y de que al fin, el tiebraek no hace más que prolongar la agonía; aunque es verdad que mientras hay vida hay esperanza.
-Transmitir una especial fortaleza. Por tanto hay que ayudar a querer y poder morir. Se precisa fuerza para ello. Se ha llegado a decir que en ocasiones esa fuerza es mayor que la que se precisa para seguir viviendo. Normalmente cuesta mucho más cerrar una obra que abrirla y la razón es muy sencilla: el dolor de la desaparición es muy grande. Por eso mismo, cuando todavía se está a tiempo hay que proceder de modo diferente. Y por supuesto hay un tiempo en el que cuando algo se cierra se debe abrir otra cosa. Hay que evitar entrar en la pendiente que lleva a la muerte. Como mejor se muere es que-riendo vivir. Esa fortaleza no hay duda que a veces viene del “sanador herido” que logra convertir sus propias heridas en fuente principal decuración15.
-Hay que enseñar a soltarse; a saber abandonar lo que ya no tiene razón de ser para ir al encuentro de lo que viene; este apoyo se precisa muchas veces para vivir emociones negativas, duelos, divorcios, muertes. Soltarnos nos permite pasar a etapa nueva y recomenzar a poder “vivir de pie”16. Este ejercicio prepara a bien morir que en el fondo es soltarse de la vida que a uno le quiere apasionadamente sostener y retener.
-Elaborar la lista de las pérdidas sucesivas que se han ido dando; de los números que van cayendo. Con frecuencia uno se hace la pregunta del millón: ¿Qué nos pone enfermos y que nos da la salud? ¿Qué no da vida y que nos lleva a la muerte?17. De forma general es bueno recordar que cuando se pierde la fuerza carismática se pierde todo: “No es la muerte de las instituciones lo que los religiosos tienen que temer sino la pérdida del fuego del carisma” (J. Chittister). La espiritualidad juega un rol importante en la enfermedad y la salud, en el nacer y en el morir. El mensaje es muy claro: tenemos que aprender a vivir y dar vida para no morir o morir bien. Así llegamos a una auténtica encrucijada vital en la cual si damos recibimos18. Los dos signos de muerte cercana para un instituto son la falta de significado y de fecundidad19. Las vidas y las actuaciones de los integrantes de ese grupo ya no dicen nada y no significan nada para los demás; no hay en la Institución fecundidad; se decrece, se llega a pocos y a casi ninguno. En realidad se está muerto en vida. Las obras se cierran, las comunidades también, el carisma deja de tener fuerza, no toca la cultura.
-Dar bien los pasos previos. Por supuesto que un instituto religioso tiene que reaccionar y recuperar la vida cuando se da cuenta que la está perdiendo y tomar conciencia de que está herido20; para recuperarse de esas situaciones sirven los procesos de regeneración, revitalización o refundación21. Son varias posibilidades contempladas en la iglesia y en la tradición de la vida religiosa previas a la muerte: la federación, confederación o fusión. Estos pasos hay que darlos antes de que sea demasiado tarde. No pocas veces se llega a ellos cuando ya solo hay una alternativa cierta: la de la muerte. Hacerse a la vida ayuda a contagiarse con la vida y a seguir viviendo.
Un consejo final y de sabios es la invitación a situar la muerte entre la vida que le precede y la resurrección que le sigue. Así se vive la muerte como un momento clave y por supuesto, un momento fuerte de gracia; así cada cosa, cada momento forma parte de un todo unido. Sólo así se puede morir en paz ya que nuestros ojos han visto y van a ver la salvación. (Lc. 2, 29-32).
1 R. Hostie, Vida y muerte de las órdenes religiosas.
DDB, Bilbao, 1973, p. 371 2 Ídem p 371 3 Ídem p 372-73 4 J.M. Arnaiz, Por un presente que tenga futuro, Ed.
Publicaciones claretianas, Madrid, 2002 5 A. Pangrazzi, Vivir el ocaso, miedo, necesidades y esperanzas frente a la muerte, PPC, Madrid, 2007 6 EV 23; de hecho la realidad de la muerte en una mentalidad técnica es muy novedosa. 7 Panikkar, R., El diálogo indispensable, Península, Barcelona, 2003. 8 C.S. Lewis, La abolición del hombre, El Encuentro, Madrid, 2007 9 J. Pujol I Bardolet, Hacia el futuro de la vida consagrada, San Pablo, Madrid, 2008, p. 73-84
10 V. Janelevitich, La mort, Flammarion, Paris, 1977, p. 123-124
11 P. Simonetti, Madre que estás en los cielos, Planeta, Santiago de Chile, 2008
12 J.C. Bermejo, Humanizar el sufrimiento y el morir, PPC, Madrid, 2008
13 E. Alcat, Y ahora ¿qué?, claves para gestionar una crisis y salir fortalecido, Ed. Empresa Activa, Barcelona, 2005
14 M. Th. Nadeau, Qué les sucede a los muertos, San Pablo, Colombia, 2007
15 H. J.M. Nouwen, El sanador herido, PPC, Madrid, 1996, p. 97-117
16 B. Dobbs y R. Poletti, Soltarse, Decirle sí a la vida, Sal Terrae, Santander 2008, p. 107
17 A. Grün-W. Müller, Qué enferma y qué sana a los hombres, Verbo Divino, Estella, 2006.
18 P. Urieta Guijarro, Padres sin hijos, PPC, Madrid , 1996, p. 67-91
19 “Todo ello para ser más significativos y fecundos. Significatividad puede ser una palabra muy general y abstracta; es, sin duda, una cualidad que marca nuestra vida y nuestra acción. Ésta es más fuerte e intensa cuando la referimos a un grupo que cuando la atribuimos a una persona. En el segundo caso produce admiración; en el primero arrastra. Impacta de tal forma que los demás siguen el mismo camino. Aquí entra también la creatividad; por ella encontramos los modos y las mediaciones más adecuadas para hacer significativa la vida religiosa. Los estilos de vida, las formas de presencia, el modo de inserirse en los con-textos eclesiales y sociales, obras y actividades, hacen más visible el carisma y la cultura religiosa. Son varias las condiciones para hacer significativo y fecundo el carisma religioso encarnado en una cultura y vivida por hombres y mujeres del siglo XXI. Se necesita des-tacar una doble condición para que tanto la significatividad como la fecundidad sean una realidad. La radicalidad que viene de la intensidad es indispensable para llegar a hacer original y provocativa una cultura (J. M. Un carisma hecho cultura, Ed Claretiana, Buenos Aires, 2009, p 145-46)
20 H. J. M. Nouwen, El sanador herido, PPC, Madrid, 1996
21 J.M. Mardones, Matar a nuestros dioses. Un Dios para un creyente adulto, PPC, Madrid, 2006, p. 77-89

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