viernes, 19 abril, 2024

MIRADA CON LUPA MARZO

Enrique Figaredo, sj Prefecto Apostólico, Battambang
«Una cosa es venir a buscar vocaciones… y otra, acompañar y dar visión…»
Enrique Mateo Figaredo Alvargonzález (Kike), nació en Gijón (España) un 21 de septiembre de 1959. A los 20 años entró en el noviciado de los jesuitas. Tras sus estudios de filosofía hizo la especialidad de Economía Internacional y Desarrollo. Fue como escolar jesuita para trabajar con el JRS (Servicio Jesuita a Refugiados) en los campamentos en la frontera entre Camboya y Tailandia. Allí fue destinado, años más tarde, al servicio de las personas con discapacidad, muchos de ellos jóvenes amputados por minas antipersona. Desde aquel momento su vida quedó vinculada a esas personas y al pueblo de Camboya.
¿Cómo cambió su vida cuando fue destinado a Camboya?
Desde que llegué a los campos de refugiados en la frontera camboyano-tailandesa mi vida se modeló. Era lo que iba deseando y buscando: buscando a Dios en las personas más necesitadas. Fue paradigmático mi primer encuentro con el señor Heng Meth, un mutilado, tuerto, que en pie con sus muletas y líder de los discapacitados me recibió y dijo: “sé que vienes a ayudarnos, ya te diremos qué es lo que necesitamos…”. Así que comencé bien guiado y recibido por ellos mismos. Yo venía recién graduado de la Facultad de Económicas en la Universidad Complutense de Madrid deseando aprender y servir… y, en poco tiempo, estaba inmerso en una situación radicalmente diferente a mí origen: en un campo de refugiados en zona de guerra, que en realidad era “un campamento de evacuación” del campo de batalla, donde vivían más 130.000 personas. Las circunstancias eran de subsistencia, desesperación, falta de futuro y esperanza, y la guerra marcaba el ritmo de la vida de todos. Mi misión se realizaba dentro de un equipo“mixto”de religiosos y laicos, de carácter internacional donde compartíamos la vida cotidiana: trabajo, vivienda, mesa, misa y visión de acompañar, escuchar, alentar y servir a los refugiados.
Se hizo especialmente conocido por su campaña en contra de las minas antipersona. ¿Cuál es la situación actualmente?
El servicio cercano a los discapacitados nos hizo entrar, participar y promover la campaña para la eliminación de las minas que en lenguaje internacional se conoce como la ICBL. Nuestra participación ha sido diversa pero “dar voz” a los mismos discapacitados para que den a conocer su historia, su situación y también que sean líderes y protagonistas de su causa, su vida y de su mismo futuro, ha sido lo más importante. La campaña ha sido un éxito mundial. La ICBL une muchos colectivos y grupos comprometidos en causas vitales por la paz, voluntarios, profesionales, que dialogan con gobiernos y organismos internacionales para conseguir un orden legal internacional de más respeto a las personas y grupos que sufren las guerras y la violencia. Hoy la ICBL es bien reconocida y sigue dando pasos pequeños y de gigante para que la ley internacional se cumpla, las víctimas sean reconocidas y apoyadas y también colaborando con otras campañas como la de la “eliminación de las bombas de racimo” para que estos artefactos inhumanos sean ilegales y se puedan eliminar de la faz de la tierra. Hoy en día la campaña para la eliminación de las bombas de racimo ha tomado también relevancia y ambas campañas van bien unidas en nuestra acción por la paz y los discapacitados de guerra.

Háganos una breve descripción de la comunidad evangelizadora de la Prefectura de Battambang. ¿Cuántos son, quiénes, cómo viven la experiencia de comunidad en misión?
La prefectura Apostólica de Battambang tiene una superficie de 81.000 km2, algo menos que Portugal. Una población de más de 4 millones de habitantes que fundamentalmente es campesina y vive en pequeñas aldeas rurales y en el lago. Tenemos 27 comunidades o parroquias, dividas en cuatro zonas pastorales, donde hay registradas más de 6.000 personas bautizadas, 500 en catecumenado y unas 2.000 en catequesis. Tenemos más de 200 catequistas, la mayoría jóvenes, entre los cuales hay grandes líderes de nuestras comunidades. Somos 10 sacerdotes, sólo dos camboyanos, y el resto sacerdotes misioneros de Filipinas, India, Tailandia, Indonesia, Corea, Colombia, Italia y España, de los cuales 6 somos jesuitas. El resto son sacerdotes de sociedades misioneras como “Yarumal” y PIME. Comunidades religiosas femeninas tenemos 12 y suman más de 50 religiosas de muchas nacionalidades: Camboya, Vietnam, India, Tailandia, Indonesia, Japón, Corea, Myanmar (Birmania), Sri Lanka, Perú, Colombia, Australia, y como comunidad religiosa masculina tenemos a los hermanos maristas, son cuatro, de cuatro nacionalidades: Ghana, Corea, Australia y Alemania. Misioneros laicos y voluntarios que siguen enriqueciendo las nacionalidades: Bélgica, Singapur, Filipinas… Somos todos un sólo equipo pastoral. Trabajamos juntos y compartimos nuestra fe en la vida cotidiana y aportamos nuestros carismas en el marco de las prioridades y plan pastoral de la Prefectura: educación básica para todos, educación en la fe, formación de líderes y valores del evangelio y cultura tradicional de Camboya. Nuestra acción va mucho más allá de las comunidades católicas para que la fe en Nuestro Señor no sólo sea conocida y testimoniada en nuestros círculos, sino que se comparta con nuestros servicios en los kindergartens, centros de salud y de acogida de estudiantes, centros de educación básica y profesional, atención a los discapacitados, promoción del desarrollo. Pienso que beneficiarios directos de nuestros servicios superan las 300.000 personas entre los centros de educación, salud, campañas y colaboración con las ONG´s católicas como Cáritas Camboya.
Si tuviera que definir el momento de la vida religiosa, ¿cómo lo describiría?
Soy un religioso trabajando en misión con ministerio pastoral de liderazgo. Creo que la vida religiosa está viviendo nuevos retos, pasando circunstancias difíciles, pero ¿cuándo no? Está haciendo un esfuerzo de gran creatividad y celo apostólico, acercando a los más pobres la presencia de la Iglesia. En Camboya estamos en zona de primera misión en muchos aspectos y veo cómo las comunidades religiosas quieren estar con sencillez cercanos y activos, creativos y presentes con la Iglesia en las necesidades más cruciales y primarias de los más pobres; primeramente dando testimonio, aportando esperanza y visión, pero también compartiendo vida y fe de una manera significativa. Las iniciativas son muy plurales pero el deseo de “estar con” y de contribuir es muy claro. Junto a la pobreza extrema que “clama al cielo” y mil necesidades que muchas veces es difícil priorizar, hay circunstancias novedosas en las comunidades religiosas: comunidades internacionales donde el espíritu de colaboración de diferentes países y provincias es claro, y el deseo de aprender que ayuda a relativizar los nacionalismos, cuando la comunidad es solamente de una nacionalidad.
¿Los religiosos expresamos bien la cercanía de la Iglesia con la sociedad contemporánea?
En Camboya hay comunidades religiosas que hacen que la Iglesia esté bien presente y activa en la sociedad contemporánea. Resaltaría dos aspectos positivos y dos negativos.
Uno de los positivos es que veo a los religiosos cómo se organizan en la cooperación internacional, siendo un grupo clave e importante para llevar adelante proyectos de desarrollo integral con profundidad y aportando valores del evangelio. Otro aspecto positivo es la «inter-acción» que hace que la presencia de la Iglesia también cruce fronteras y se esté en el entrelazado y tejido internacional, aprendiendo unos de otros. Tenemos la posibilidad de actualizarnos y también de aportar nuestra visión y sabiduría de tantos años. A mi modo ver, los religiosos dentro de la Iglesia, son históricamente las primeras organizaciones humanitarias internacionales: “Las primeras ONG´s” que surcaron el mundo llevando el valor de la dignidad de las personas a todos los rincones de la tierra.
Dos aspectos nos deben alertar siempre, porque somos signos del Reino de Dios trabajamos en la “misión del Otro y para otros”, no trabajamos ni para nosotros mismos, ni por nosotros mismos. Es muy importante recordar que somos simplemente una pieza del engranaje. El segundo aspecto con el que tenemos que estar alerta, es el que viene con el desarrollo institucional. Los religiosos manejamos medios e instituciones, medios del mundo: financiación, contactos, centros educativos… y en ocasiones son desproporcionados en los lugares donde trabajamos y hacen que lo que se vea con más claridad son los medios y no el fin por el que estamos, y nosotros nos perdemos en esos medios, y nos olvidamos de lo importante: el servicio cercano, la caridad, proclamar la proximidad de Dios.
¿Qué significa para la vida religiosa la presencia en minoría? ¿Cómo prepararnos para ese decrecimiento significativo?
Se trata de saber que nuestra misión es participar activamente en la misión del Señor, y servir en algo que es mucho más grande que nosotros, en la construcción de Reino de Dios y en la presencia de su Iglesia en la tierra. Nunca debemos olvidar que somos llamados a ser: semilla, fermento, de algo que está ya presente, la presencia de Dios, y que va a mostrarse y nosotros no lo veremos. Es un “aquí pero todavía no”. Representamos una gracia que ya está dada pero todavía no aceptada y recibida en su totalidad por todos.
El ser minoría en sí es una ayuda preciosa, un correctivo, que nos educa para que sepamos colocarnos y situarnos mejor en el mundo. Para que sepamos colaborar, cooperar, ser parte y morir un poco a nosotros mismos. Nos ayuda a ser más sencillos y humildes, ver la presencia de Dios en los otros con más facilidad y principalmente en los pobres.
¿Cree que tenemos un estilo de “presencias” que responden a un ayer que no volverá?
En la vida religiosa tenemos muchos carismas. Algunos carismas perduran, otros ayudan a crear nuevos carismas… otros parece que desaparecen… La vida religiosa tiene unas funciones para el mundo, dentro de la Iglesia y para la vida apostólica, que permanecen siempre relevantes: el seguimiento cercano al Señor, hacer que la visión teológica sobre nuestra vida esté presente, que el Reino está ya presente y queremos manifestar esos valores evangélicos… Lo que sí habrá que actualizar y cambiar son algunos modos según las circunstancias y lugares… miramos al pasado para aprender, pero tenemos que estar abiertos al mundo de hoy, leer los signos de los tiempos y discernir e interactuar para crear futuro.
¿Qué puede aportar Oriente a la renovación de la vida religiosa en Occidente?
Oriente puede recordar aspectos olvidados y aportar otros nuevos. Pero a la vez necesitamos interacción y diálogo. Oriente ofrece nuevos valores y aspectos, pero también nos recuerda algunos que hoy parecen ocultos y olvidados en Occidente. A veces, la realidad nos despista: hemos dejado de ser relevantes en las sociedades supuestamente avanzadas y podemos dejar de buscar a Dios sobre todas las cosas. Las grandes tradiciones religiosas, la riqueza y diversidad en las culturas son aspectos marcadamente novedosos que Oriente aporta. Pero también la vida sencilla, tradicional y agrícola. El valor de la naturaleza, el gran valor de la vida religiosa y esa búsqueda de Dios, en la comunidad, en el interior de cada uno y los valores de siempre que nos hacen profundizar en la sabiduría tradicional…
El diálogo, la tolerancia, saber convivir juntos pacíficamente… son otros grandes aspectos que Oriente nos puede ayudar a sacar a la luz en Occidente. En Occidente dialogamos principalmente con el no creyente, el gran desarrollo, la postmodernidad, la decadencia, la crisis… en Asia también, pero dialogamos con las otras grandes tradiciones religiosas y culturales, con los pobres y sus tradiciones, con los nuevos ricos de Asia…. Y siempre en continua crisis.
Una de esperanza: ¿cómo ve el futuro vocacional de la vida religiosa?
Las vocaciones nos informan si la vida religiosa tiene relevancia en un lugar o en la Iglesia de un país, o no. En Asia tenemos todo tipo de experiencias, pero hay países y zonas de este continente que tienen muchas y preciosas vocaciones. Es impresionante. Existen congregaciones e institutos religiosos que vienen corriendo a algunos países de Asia para tener vocaciones…, pero luego apoyar esas vocaciones, cuidarlas, darles misión y visión es otra historia… Me resulta difícil aceptar esta primera motivación misionera y apostólica donde la primacía es la búsqueda de vocaciones sobre otros aspectos de la misión. Aunque sí es comprensible, porque necesitamos confirmación de nuestro carisma, lo cierto es que tenemos que crear un equilibrio en la misión apostólica, la vida religiosa y la comunidad religiosa particular. En Asia, creemos que estas jóvenes vocaciones que tenemos hoy en algunas partes de India, Corea del Sur, Myanmar, Vietnam,… y las que también continúan en algunas partes de Indonesia, Filipinas,… están dando, dan y van a dar mucho fruto. Un nuevo colorido y vida en la misión apostólica y comunitaria de los institutos y congregaciones religiosas en la Iglesia y el mundo. Nuevas perspectivas, visiones y dinamismo. Son clara fuente de esperanza, pero también de preocupación. Muchas de estas nuevas vocaciones acabarán, sin duda, en labores evangelizadoras en Occidente. Esto ya es evidente en algunas partes de Europa, Japón, Australia… Es una bendición porque nos hace más católicos, humildes y universales.
Una de testimonio: ¿En qué consiste para Enrique Figaredo la misión compartida?
En nuestra vida apostólica la palabra “misión” y el verbo “compartir”tienen que ir siempre juntos. La misión la compartimos primeramente con el Señor, porque es su Misión y nosotros somos servidores de ella, pero el grupo de servidores también la compartimos entre nosotros y todos con Él.
Una premisa que marca nuestra misión compartida es que: estamos para todos. Por ejemplo, soy prefecto para todos, cristianos y no cristianos, y servimos de acuerdo con las necesidades y con nuestra capacidad. Compartimos nuestra misión pensando en la gente y en los más necesitados.
Tres componentes importantes en esta misión compartida: somos un solo equipo pastoral, unidos con diferentes ministerios y servicios. En el que el plan pastoral de la Prefectura (plan pastoral diocesano) tiene prioridad para la toma de decisiones y para evaluar el camino hecho. El segundo componente es la cotidianidad. Estamos inmersos en la vida cotidiana y ordinaria de la gente y de nuestra vida. Nuestra vida religiosa se entrelaza, se teje en lo cotidiano, en lo que parece no excepcional, pero lo es: compartir la sencillez de la vida. Y el tercer componente es una labor: la diversidad de los carismas. Compartimos la misión, el don que se nos ha concedido. El que tiene el carisma de la educación nos enriquece con su don, el que tiene el don del diálogo interreligioso nos ilumina con su vida y sus dones, el de catequesis nos impulsa a formular lo importante de nuestra fe, el de los servicios sociales nos acerca a las personas con necesidades básicas no cubiertas, el de los indigentes… nos hace salir de nuestras casillas de los proyectos. Es muy importante la unión en la diversidad y saber aprender unos de otros no sólo en algunos momentos sino también en la cotidianidad de la vida.

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