viernes, 29 marzo, 2024

PROPUESTA DE RETIRO

 

Desde el yo profundo a lo más profundo de Dios

 

 

Introducción

Este retiro te invita a escuchar la voz de la llamada profunda. Ahí nos lo jugamos todo. Se trata de un camino sencillo y exigente a la vez, para una vida plena. Dios mismo ha instalado en nosotros las fuentes de energía para que, conectados a ellas, crezcamos responsablemente hacia la perfección en el amor. Eso es a lo que Jesús llamó tener vida abundante (Jn 10, 10).Dios confirma generalmente de modo providencial las opciones que tomamos en su nombre, pues caminamos en la palma de su mano. De Él salimos y a Él regresamos.

Encuentro conmigo mismo. Encuentro con Dios

Señor Dios, enséñame cómo y dónde buscarte,

dónde y cómo encontrarte…Tú eres mi Dios,

Tú eres mi Señor, y yo nunca te he visto.

Tú me has modelado y me has remodelado,

y me has dado todas las cosas buenas que poseo,

y aún no te conozco… Enséñame cómo buscarte,

porque yo no sé buscar a no ser que Tú me enseñes, ni hallarte si Tú mismo no te presentas a mí.

Que te busque en mi deseo. Que te desee en mi búsqueda. Que te busque amándote. Y que te ame cuando te encuentre.

(San Anselmo de Canterbury)

Eres parte de un proyecto maravilloso que Dios ha preparado antes de la creación del mundo (Ef 2, 10). Este proyecto te invita a avanzar hacia lo mejor de ti que todavía no has descubierto del todo. Dios necesita de tu colaboración. Es un viaje que requiere estar despierto pues estás llamado a la vida, a la felicidad. El mapa para llegar ahí lo llevas escrito en tus entrañas.

 

Cuando vives inconsciente o adormecido sientes la frustración, el aburrimiento y el cansancio que te llevan a la muerte del yo real. Pero cuando conectas con la llamada profunda de Dios en ti, tu batería vital se recarga y te sientes vivo (Jn 10,10).

Estás invitado a bucear en el mundo de tus movimientos interiores, sentimientos y pensamientos, reacciones y fuerzas que te habitan. En ellos Dios se te comunica y revela.

Ten en cuenta la opción fundamental de tu vida y hacia dónde se dirigen tus pasos en este preciso momento. Escucharás la voz de Dios que te habla como en un rumor de ángeles.

Tu llamada profunda es fuente de energía vital, ¡desatala! (Hch 2, 1-4).

Estar vivo

Todo lo que vive se mueve, pues tiene una fuerza vital que le da autonomía. Ello ocurre en una planta, en un animal de la selva, en un insecto… y por supuesto también en ti y en mí. Cuando estoy vivo, nace de dentro un “movimiento” espontáneo hacia la alegría, el crecimiento, la creatividad.

Pero hay que estar motivado. Una persona sin motivación tiende al pesimismo, al negativismo, la autodestrucción, la muerte. Cuando estoy alerta, estoy altamente motivado y muestro interés, tengo energía, creatividad, interés por los demás. Entramos en la apatía, el desinterés y la muerte sin darnos cuenta, porque perdemos el entusiasmo del primer amor, el sentido de dirección vital. Nos desconectamos del Yo real y nos aferramos a la ilusión del Ego. Cuando me falta motivación interior tiendo a buscarla por fuera en cosas que pueden convertirse en adicciones. Caigo en la ilusión que me hace creer que mi felicidad depende de los otros, de las cosas, y así estoy cavando mi propia tumba emocional.

Estás llamado a vivir en plenitud. Te toca elegir la vida o la muerte (Dt 30.19; Jn 10, 10).

* Ejercicio: ¿de qué forma te sientes totalmente vivo (entusiasta, imaginativo, creativo…)? Describe también de qué forma te sientes muerto (aburrido, deprimido, triste…).

Los cuatro pilares de la persona viva

Llamamos “pilares” a las necesidades afectivas básicas que fundamentan nuestro estar “vivos”, que nos llaman a la vida en plenitud. Estaré plenamente vivo si les doy una respuesta satisfactoria, aunque contando con mis limitaciones culturales, de educación y otras. Estas cuatro necesidades son las de:

– Ser amado: es el deseo innato de sentirse totalmente querido no por lo que hago o consigo, sino simplemente por ser yo mismo.

– Ser válido: tener la profunda sensación de que mi vida y lo que hago son útiles, valiosos y generadores de vida.

– Pertenencia: saberse en relación profunda con alguien, con un grupo, una familia, una comunidad, un proyecto… con aquello que, siendo mayor que yo, me invita a crecer en relación con los demás.

– Autonomía: actuar responsablemente desde mi libertad, sin perder mi identidad profunda ni mi relación con los demás.

* Ejercicio: ¿en cuál de estas necesidades básicas te encuentras más realizado? ¿En cuál te sientes menos realizado?

Cuando el edifico se derrumba

Dios ha puesto estas necesidades en nuestro corazón para que sobre ellas edifiquemos la felicidad a la que nostálgicamente aspiramos. Para eso hemos de tomar opciones positivas que nos lleven a responder a las necesidades de modo correcto.

Pero, hago lo contrario, cuando no doy una respuesta positiva, generadora de vida, actúo en dirección equivocada y ya no busco llenar las necesidades en sí mismas sino “compensar” de modo rápido y barato. A eso le llamamos “compensación”: a buscar ser admirado en lugar de ser amado, ser importante en lugar de ser valioso, la uniformidad y el gregarismo en lugar de la pertenencia, a querer ser independiente y no autónomo.

– Ser admirado: quiero ser “la estrella” a quien todos reconocen y aplauden.

– Ser importante: confundo lo que hago por lo que soy. Hago depender mi vida del éxito a toda costa.

– Gregarismo y uniformidad: más que pertenecer, me someto, me pierdo en la masa.

– La independencia: llevo una vida que prescinde de toda atadura a un proyecto o programa comunitario.

* Ejercicio: ¿Qué compensaciones suelo usar? Algún ejemplo práctico.

Los cuatro impulsos básicos de la vida

Como persona humana totalmente viva he de conectarme con estos cuatro impulsos que residen en mi yo profundo. Son una invitación permanente a la vida plena. Pero si por alguna circunstancia me desconecto de ellos, viene el apagón interior y la muerte. Veamos estos cuatro impulsos:

1- La alegría de ser yo mismo:

Cuando me siento feliz y reconciliado conmigo mismo. Me siento a gusto con mi trabajo, mis relaciones humanas derrochan vitalidad, alegría, comprensión y amor. Incluso mi aspecto externo cambia y tiendo a mostrarme transfigurado con una luz que nace desde dentro. Las personas que llamamos “felices” raramente tienen que demostrar nada a nadie, ni defenderse, autojustificarse o competir.

No se trata de buscar una vida que ignore la realidad del dolor. Pero, cuando dejamos en libertad al Yo real, llegamos a comprender que aunque Dios pueda pedirme cosas difíciles, jamás quiere que en mí haya ansiedad y negativismo.

Si estás vivo aumenta la alegría en tu corazón (Jn 15, 11).

* Ejercicio: ¿Eres feliz siendo tú mismo? Enumera lo que te gusta de ti mismo (lo que te da vida). Enumera lo que te disgusta de ti (lo que te deprime y desmotiva). Fija en tu mente una opción importante que debes tomar para crecer ¿Qué sentimientos te surgen pensando en ello?

2- El deseo profundo de crecer:

Todo lo que vive se mueve y tiende a la plenitud. Por ejemplo, un grano de trigo sembrado en el campo tiende a convertirse en espiga lozana… La persona humana tiene en sí una disposición profunda a desarrollar todas sus capacidades en plenitud. Si mi mente está despierta conoceré más y mejor; si mi corazón está libre amaré libre y profundamente; en definitiva, estoy llamado a ser lo mejor que hay en mí, algo más grande de lo que creo ser.

Pero si dejo de aprender y mi mente se anquilosa, si dejo de amar, me vuelvo Egoísta. Si dejo de ser responsable, mi voluntad se debilita. En definitiva, si dejo de avanzar retrocedo y muero.

Tu llamada profunda te invita a crecer (Fil 3,12-13).

Ejercicio: Piensa de nuevo en tu opción… ¿Es fuente de energía que te anima a crecer y a cambiar? ¿De qué formas concretas te resistes al cambio que esta opción vital te exige?

3- El impulso creativo a dar y a producir vida. Lo que tiene vida sirve a los demás, es para los otros. Una manzana rebosa energía para que podamos comerla. Las abejas producen más miel que la que necesitan. Toda persona “viva” siente en sí el impulso profundo de hacer algo por los demás, dando y compartiendo vida. Pero la persona egoísta se guía por un impulso negativo que lentamente lleva a la muerte. La persona generosa y magnánima es feliz como por instinto. Jesús nos dice que Él ha venido para que tengamos vida en plenitud, para servir y no para ser servido, para dar la vida por muchos (Mt 20, 28). Reservarse la vida egoístamente lleva a la muerte.

La vida te invita a dar, a compartir, a tener vida en abundancia (Lc 9, 23).

* Ejercicio: ¿De qué forma tu opción te invita a dar, a compartir y a generar vida? Describe concretamente tu tendencia profunda al egoísmo y la inercia.

4- Recibir de los demás, ser vulnerable:

Lo que vive tiene capacidad y disposición para recibir desde fuera. Por ejemplo, el grano de trigo y la semilla de la manzana crecen y dan fruto porque están abiertas al sol, a la lluvia, a la luz, al alimento subterráneo en las raíces. Pero si no reciben por ejemplo la luz del sol morirán.

Cuando una persona se aísla y no recibe impactos del exterior, especialmente el amor, muere; pero si una persona desorientada o deprimida se abre en vulnerabilidad a otros, se hace capaz de recibir, recobra su armonía interna, nace a la “vida.

Sé persona abierta, vulnerable, para que tengas vida en plenitud (Lc 22.28).

* Ejercicio: ¿Eres vulnerable y necesitada de los demás? ¿Qué obstáculos profundos que te bloquean para pedir ayuda cuando la necesitas?

Viaje adentro de mí mismo

El viaje más difícil es el viaje “hacia adentro”, hacia el yo profundo, hacia mi propia identidad donde no hay máscaras ni mecanismos de defensa, sino autenticidad. El viaje hacia adentro me conecta con mis capacidades, dones y posibilidades; también con mis heridas, limitaciones y pecados. Así aprendo a vivir en plenamente, marcado con el sello del amor. El camino es la humildad.

Este viaje es para toda la vida y conlleva cuatro movimientos que pueden vivirse sincrónicamente:

– Auto conocimiento: mi historia, mi carácter, sentimientos, actitudes profundas, reacciones, mis zonas oscuras, etc.

– Auto reconciliación: integro en mí mismo todo lo que voy conociendo de mí, admitiéndolo como parte de un proceso, a veces doloroso, hacia la plenitud.

– Autoestima: siento alegría de ser yo mismo con mis limitaciones y mis capacidades, abierto a la bondad, el perdón, el crecimiento y el amor.

– Amor incondicional: soy capaz de dar, de compartir, de aceptar a los otros, de construir proyectos comunes.

“Es un buen principio de la vida espiritual el del propio conocimiento y miseria en la que todos nacemos y también de la ingratitud con que después de tantos beneficios, hemos correspondido a Dios” (San José de Calasanz)

* Ejercicio: ¿Me conozco? ¿Qué cosas me cuesta aceptar de mí mismo? ¿Cómo va mi autoestima? ¿Soy capaz de amar sin calcular?

¿Quién es Dios para mí?

Las imágenes que tengo de Dios determinan cómo me relaciono con Él. Si para mí es juez o abogado, las ideas de juicio y ley mediatizan mi relación con Él; si lo considero un fetiche, tiendo a manipularlo; si la imagen es de policía, el miedo es mi consejero… Pero si, como enseña Jesús en el Evangelio, lo acepto como Padre, Amigo y Salvador, mi relación con Él se basa en la confianza y el Amor.

Las imágenes distorsionadas de Dios y de mí mismo afianzan las opciones erróneas que tomaré en la vida. No es lo mismo ser un religioso enseñando con una imagen distorsionada de Dios como juez, y de sí mismo como “basura”, que serlo con una autoestima alta, confiada de la bondad de Dios como Padre y Madre.

* Ejercicio: ¿Qué imagen de Dios y de mí mismo predomina en mí? ¿Qué deseo mueve realmente tu vida? Imagina que ese deseo ya es realidad, ¿cómo te sientes?

Estás invitado a vivir centrado en y desde el Espíritu (Rm 8,15).

Dirección y sentido de mi vida

Las cuatro necesidades afectivas básicas de mi vida (ser amado, pertenencia, ser válido y ser autónomo) han sido puestas por Dios en mí para ayudarme a conectarme con Él y a encontrar la dirección acertada según sus designios.

Los cuatro impulsos básicos de mi vida (alegría de ser yo mismo, crecer en plenitud, crear vida y ser vulnerable para recibir de otros) también son regalo de Dios para poder encontrar vida en plenitud (Jn 10,10).

Todo lo que vive está predispuesto internamente a crecer “a semejanza” de aquello que es su origen. Por ejemplo, la semilla de manzana tiende a crecer hasta asemejarse a una manzana, una célula humana tenderá a crecer a semejanza de un ser humano. Y aquí viene lo más interesante de todo. El ser humano, hecho a semejanza de Dios tiende a reproducir la imagen de su creador (Gen 1, 24). Hay una tendencia en ti a ser como Dios por participación. Esta tendencia te invita a explorar y explotar lo mejor de ti mismo para asimilarte más y más a la imagen perfecta del que te hizo por Amor.

Los impulsos y tendencias de la imagen de Dios en mí deben ser primero descubiertos ante todo en la quietud, el silencio y la oración. Así escuchamos el susurro de su voz que nos revela nuestra identidad.

* Ejercicio: Imagínate enfrente de Dios, permanece así durante un tiempo. Ofrécele tu voluntad… ¿Qué sentimientos experimentas? Acaba con esta oración:

“Padre Bueno, Tú me has creado y me has puesto en este mundo para algo concreto. Jesús, Tú has muerto por mí y me has llamado a completar tu trabajo. Espíritu Santo, ayúdame a llevar a cabo la tarea para la que he sido creado y llamado. Deseo vivir en tu nombre –Padre, Hijo y Espíritu Santo– que todo mis pensamientos e inspiraciones, y que toda mi vida tengan su origen en Ti y sean para tu Gloria y el servicio de mis semejantes. Amén”.

Principio y fundamento de mi vida

San Ignacio de Loyola enseña que cada persona se constituye a sí misma desde un “principio y fundamento”, desde la roca que le sostiene. Dice así:

“He sido creado para alabar, honrar y servir a Dios que es mi Padre. Sé que obrando con este propósito estoy a salvo.Todo lo que existe me debe servir para más conocer, amar y servir a Dios. Por eso he de usar todo con sentido de mesura y de libertad interior, sin dejarme esclavizar o dominar por nada ni nadie. En la salud o la enfermedad, en la riqueza o la pobreza, en el éxito o el fracaso, viviendo corta o larga vida, estoy llamado a conducir mis pasos hacia el fin primero para el que he sido creado” (EE. EE. 23).

La vida te invita a conocer, amar y servir a Dios como Padre amoroso (Ef 5, 20).

* Ejercicio: ¿Está mi vida entera en línea con el “principio y fundamento” de mi libertad al servicio de la gloria de Dios? ¿Qué voy a hacer para poner mi vida en orden?

Impulsos de la gracia

Desde la concepción traemos con nosotros el mapa de ruta interior que nos facilita conocer y seguir la dirección de nuestra existencia. Cuanto más conozcas y transites tu “hoja de ruta” personal mejor llegarás a reproducir la imagen divina que llevas dentro. Es la imagen del Amor.

Conocemos esta hoja de ruta cuando percibimos, tocados por la gracia, los “signos de Dios”. La gracia de Dios es el poder de su amor, y se me manifiesta a través de atracciones hacia valores, personas, proyectos, modelos de identificación, etc.; de tendencias a ser mejores, más justos, más comunitarios, más amables, etc.; y de fortalezas tales como carismas especiales y dones que revitalizan y renuevan mis opciones por la vida.

Sabemos que alguien pasó por la arena de la playa porque vemos sus huellas; descubrimos la huella de la gracia por sus manifestaciones en nosotros, hechas de esas atracciones, tendencias y fortalezas, pues estamos habitados por el Espíritu Santo. Su presencia desata en nosotros el movimiento de la gracia que, identificado y seguido, nos conecta con los mismos impulsos de Jesús, a ser como Él, y a vivir como Él, disfrutando de mi ser, creciendo, sirviendo y compartiendo con los demás.

Tu llamada profunda desata dentro de ti muchas gracias especiales (Jn 1, 16).

* Ejercicio: ¿Qué dones especiales he recibido de Dios? ¿Se conectan con mis acciones cotidianas? ¿Cómo?

Las falsas direcciones

Aunque la imagen de Dios está arraigada en nosotros, el poder del mal que viene de fuera ataca la fortaleza de nuestro espíritu (corazón), distorsiona y desenfoca la inocencia original en la que fuimos creados. A la imagen distorsionada la llamamos el Ego, en contraposición al Yo real. El Ego me lleva a vivir desde la máscara, la auto-justificación, el victimismo, la apariencia, las formas, y la posesividad. El Ego construye mi yo distorsionado sobre tres pilares que constituyen “El plan del mundo”. Leyendo a 1Jn 2,15 vemos que estos tres pilares son: 1- Satisfacción de la sensualidad, 2 – Deseo de poseer, 3- El orgullo, el honor deseando ser reconocido siempre y en todo.

La imagen divina en nosotros y los impulsos de la gracia, nos dirigen a la bondad, pero los impulsos negativos a la muerte; vienen de fuera y desean invadir nuestra belleza interior, nos inclinan al pecado. Si por el contrario sigo a mi yo original, la ley del Espíritu, entonces tengo vida abundante (Jn 10,10).

N.B.: Aquí el Director de los Ejercicios puede ilustrar todo esto en el contexto de los ejercicios espirituales de San Ignacio (EE. 136-148).

Tu llamada profunda te encamina hacia tu auténtico ser (Sal 62,1; 2 Cor 4,16).

* Ejercicio: Nombra tendencias tuyas, con ejemplos concretos, de la imagen divina dentro de ti. ¿Qué cosas en ti vienen de tu Ego-imagen y te destruyen?

La Cruz, experiencia fundamental

Cuando nos guía el impulso de la imagen divina dentro de nosotros, somos más libres, más felices, con más vitalidad. Pero tarde o temprano experimentamos la Cruz y el dolor.

Elegir la luz, a Cristo, implica alegría y crecimiento en el amor. Y el amor conllevará de una forma u otra el sufrimiento, la cruz.

Pasa un momento en silencio frente al Crucificado… Ponte en presencia de Dios. Trae a tu memoria y a tus sentimientos el hecho de que Él ha muerto “por mí”. Lee y medita uno de los textos de la Pasión. Después te propongo leer este texto de San Ignacio (EE. 179-183).

Tu llamada auténtica nace del amor personal de Jesús por ti.

* Ejercicio: “Imaginando a Cristo en la Cruz, hacer un coloquio: cómo de criador es venido a hacerse hombre y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto mirándome a mí mismo lo que he hecho por Cristo, lo que hago, lo que debo hacer por Cristo, y así viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere. El coloquio se hace propiamente hablando así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor, cuándo pidiendo alguna cosa, cuando culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas, y queriendo consejo en ellas. Y decir un Padre Nuestro”(EE. EE 53-54).

Condiciones para escuchar la llamada profunda de la gracia

Estás llamado a asemejarte a Dios movido por el Espíritu en ti. A esta acción la llamamos “gracia”. La gracia es como el viento, invisible pero real, que mueve las cuerdas musicales del espíritu (el yo profundo) y hace emerger un sonido nuevo (mi vocación personal) que afecta a cada nivel de mi totalidad. Para escuchar la voz del Espíritu, necesito estos tres requisitos esenciales: paz, libertad interna y fortaleza interior. Las explicamos con la ayuda de algunos ejemplos.

1- Paz interior: los movimientos de Dios son suaves y serenos, por eso es tan difícil notarlos cuando nuestra mente, nuestro cuerpo o nuestro espíritu andan alterados. Recuerda Dios habla mejor en el “silencio”.

* Ejercicio: Nombro concretamente las cosas que he de dejar de lado para alcanzar la paz.

2- Libertad interna: Hay que liberarse de prejuicios y de concepciones que distorsionan la verdadera naturaleza de mi llamada. Libertad interna significa que estás abierto a la llamada de Dios, sea cual sea. Semejante disposición deja el espíritu libre a toda pre-disposición.

* Ejercicio: Nombro los condicionamientos o limitaciones dentro de mí para elegir libremente.

3- Fortaleza interior: A veces nos asaltan dudas y miedos que nos impiden oír o sentir desde dentro nuestra llamada interior. Debemos de ser fuertes y escuchar desde el fondo lo que salga afuera. Así ganamos libertad y fortaleza, confiando en Dios y en los dones que nos concede.

* Ejercicio: ¿Cuál es mi miedo más profundo? Lo presento a Dios. Oigo que me dice: “No temas soy yo”. La imagen divina en mi yo real me anima a ser como Él, pero la fuerza de mi Ego, me lleva a la posesividad, al apego, a la destrucción. La Gracia me lleva a vivir el Plan de Dios pero el espíritu malo a vivir el Plan del Mundo. Puedo distinguir impulsos positivos o negativos:

La Imagen Divina dentro de mí:

Confianza en la Providencia. Alegría en las cosas ordinarias. Apertura hacia Dios y los demás. Generosidad en el compartir. Elegir el papel de siervo. Cooperación y ayuda mutua. Autodisciplina. Amor desinteresado. Capacidad de perdonar. Fidelidad. Luz e inspiración. Alegría del corazón. Paz, reposo interior. Amabilidad y dulzura en las relaciones. Libertad interior. Paciencia. Esperanza en las dificultades. Sentido de Fiesta. Capacidad de acogida. Entrañas de misericordia. Empatía. Unidad.

Imagen del Ego (el mal) dentro de mí:

Tendencia a amontonar. Miedo a la provisionalidad. Deseo de ser tenido en cuenta. Deseo de controlar todo. Deseo de ser importante. Posesividad y apegos. Luchas de poderes. Tendencia a la competitividad. Indulgencia a la sensualidad. Frecuentes miedos. Venganza. Resentimiento. Tendencia al engaño y la mentira. Oscuridad mental y confusión. Tristeza y depresión. Espíritu de oposición. Actuaciones compulsivas. Precipitación e impetuosidad. Violencia hacia las personas y cosas. Desesperación. Falta de detalles. Rechazo hacia los otros. Dureza de corazón. Impasibilidad. Antipatías. Creación de desunión. Adiciones.

Tu llamada profunda, guiada por el Espíritu Santo te hace ver lo bueno y lo malo.

Te ayuda a querer vivir en plenitud (Gal 5, 16).

De la Cruz a la Luz. Resucitó el Señor

Nuestra vida se clarifica por el encuentro con el Señor Resucitado. La Cruz es paso obligado pero la meta es la Vida, la Resurrección, el Envío a proclamar que realmente “hemos visto al Señor”. Ha llegado el momento de “amanecer” llenos de luz con Cristo. Te invito a hacer el siguiente ejercicio:

1- Lee el texto de Jn 20,11-18 que relata el encuentro del Resucitado con Mª Magdalena.

2- Vuelve a hacer una segunda lectura en mayor profundidad.

3- Imagina la escena en todo detalle, poniéndote en el lugar de Mª Magdalena. Intenta ser tú mismo María que va temprano al sepulcro, llegas allí, lloras, hablas con el Maestro a quien no reconoces, insistes en verlo y en que te diga el hortelano dónde lo ha puesto. Él pronuncia tu nombre. ¿Cómo te sientes? Le llamas “Señor”. Te habla y tú le escuchas, te envía, ¡Y tú lo anuncias: he visto al Señor!

4- Es el momento de entregar el fruto de tu llamada profunda en sus manos.

5- Escribe una carta de amor a Cristo resucitado, expresándole todo lo que Él significa para ti, y lo que quieres hacer por Él.

6- Acaba en gratitud componiendo tu Magníficat, como el de María de Nazaret.

Signos que confirman nuestra elección:

Cuando elegimos la vida según el Plan de Dios, aparecerán signos que confirman nuestra opción:

– Por la Armonía, la Paz y el Gozo internos que experimentamos desde nuestra “esencia”.

– A través del sacramento del Perdón o la Dirección Espiritual.

– Por medio de alguien con autoridad en la Iglesia, la Congregación o el grupo en que vivo mi fe.

– Por las circunstancias providenciales que generalmente se manifiestan en la vida normal. Todo esto confirma la llamada de Dios en ti.

¡Que el plan del mundo no te abata! ¡Únete a los que como tú avanzan hacia la la luz!

 

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