viernes, 29 marzo, 2024

Papa Francisco un hombre de Dios para estos tiempos

Vicente Bokalic es un religioso paúl. Desde marzo de 2010 trabaja estrechamente con Jorge Mario Bergoglio como obispo auxiliar de Buenos Aires. En estos años consolidan una relación frecuente al servicio de la Iglesia bonaerense. Hoy nos ofrece el testimonio fiel y cercano de la figura del Papa Francisco. Las notas con que describe el creer y el hacer del que hasta hace poco era su cardenal, nos acercan a la figura de quien es el obispo de Roma. Su máxima, nos dice Bokalic, no es esperar sino salir al encuentro de la gente.

En encuentros frecuentes –teníamos reuniones quincenales con el Cardenal para tratar todos los temas de la Arquidiócesis– fui conociendo su calidad humana, hecha de cercanía, delicadeza, bondad, sabiduría, comprensión y escucha. Un hombre que provocaba el diálogo, la actitud propositiva y no impositiva. Siempre dispuesto a escuchar y muy hospitalario. El mundo va descubriendo su sencillez y su humildad. Desde el diálogo respetuoso nos daba seguridad en nuestra misión y sentíamos que trabajábamos con mucha libertad. Son características de su rica personalidad. Siempre se presentó así, con nosotros y con todos en la ciudad de Buenos Aires. Lo mismo con sus hermanos obispos en los encuentros de la Conferencia Episcopal. De trato afable y cordial, que invitaba a conversar confiadamente. Un hombre paciente y manso que predicaba estas virtudes y las encarnaba en su vida cotidiana. Austero, en sus costumbres y en su actuar. No buscaba los primeros planos. Si podía pasaba desapercibido. No aparecía en los medios, salvo cuando estos reflejaban alguna actividad pastoral. Pero el fundamento de su vida es su honda experiencia de Cristo. El Papa es hombre de oración. Siempre nos incentivaba a la oración, a los sacerdotes y al pueblo fiel. Esta expresión ya tan conocida “recen por mí, porque lo necesito” la sabe hasta el último habitante de la ciudad: sus encuentros personales y con las comunidades terminaban con esta petición. Es un hombre que ora mucho y cree en el poder de la oración.

Es Pastor, sobre todo. Conocía personalmente a cada sacerdote, dialogaba frecuentemente con ellos y los recibia habitualmente en su casa. También se encontraba con ellos en sus parroquias donde compartía con la feligresía como uno más. Su preocupación era evangelizar. Su celo pastoral lo trasmitía y contagiaba a personas, instituciones y diversos grupos de la Iglesia de Buenos Aires. Esto se daba en sus homilías, en encuentros, en alguna jornada de formación y en toda su actividad. Desde 1998 predicaba y animaba a la Iglesia a “salir al encuentro de la gente”, salir de la comodidad y seguridad de nuestras parroquias y grupos para encontrarnos con los que no vienen, los que abandonaron la comunidad, los que nunca tuvieron la experiencia del Dios Amor, y últimamente a “salir a dialogar con el mundo secularizado, y no creyente”. Salir a las periferias geográficas y existenciales de nuestras comunidades y de la diócesis. De ahí su “caminar en barriadas pobres y en las villas miserias” que son los asentamientos en nuestra ciudad. Ha sido explícito su apoyo permanente a los sacerdotes y laicos que trabajan en estas realidades. Ha creado la Vicaria de las Villas: con 23 sacerdotes que viven en medio de estos asentamientos haciendo su labor evangelizadora, de anuncio, celebración, asistencia y promoción. Entre los muchos frentes que tiene la misión de los sacerdotes está la lucha contra la droga, que está haciendo estragos entre los jóvenes. Por ello hay proyectos de prevención, rescate de adictos, centros de reinserción para los jóvenes. El cardenal compartía todos estos proyectos y se encontraba muchas veces con víctimas de adicciones, con gente que trabajaba en rescatar “los nuevos esclavos de la ciudad”: prostitución, talleres clandestinos, explotación de gente en centros de trabajo. Anualmente celebraba una misa en una plaza de Buenos Aires, frente a la estación de trenes, para denunciar, rezar y acompañar a las víctimas y las organizaciones que trabajan en estos medios. Es clara su preocupación por los pobres: que nace del evangelio. Vivía hondamente la frase de Mateo: “Tuve hambre y me dísteis de comer”. No sólo escuchaba, muchas veces se implicaba en el trato personal con pobres deambulantes, los sin vivienda, los “cartoneros”: que son los que buscan entre los residuos algún material para vender y sobrevivir.

En este aspecto su testimonio y su proyección puede ser algo a tener en cuenta por la vida consagrada. “Las periferias, tanto las geográficas y las existenciales”, las nuevas pobrezas, los excluidos, los inmigrantes, los que viven en la calle, las víctimas de la droga y de nuevas enfermedades, los “que sobran en esta sociedad”, son lugares teológicos y desafiantes para la vida consagrada. Nuestros fundadores, habiendo recibido el don-carisma fueron o estuvieron en esas fronteras y periferias. Vivieron desde la radicalidad del evangelio.

Su estilo de vida es toda una denuncia a una Iglesia instalada, despreocupada de la dimensión social del evangelio, encerrada en sus “problemitas” o como decía muchas veces el Card. Bergoglio “mirando el ombligo” y desentendiéndose de los pobres y de los nuevos desafíos. Impulsó a “salir, conocer, implicarse, compartir, comprometerse con los pobres desde una vida pobre, sobria, austera. Como Jesús y como lo encarnó San Francisco de Asís. La elección de este nombre es todo un programa de vida para nosotros. Renovación profunda de toda la Iglesia, para vivir más a fondo el evangelio. Estos primeros días de su misión apostólica pueden ser leídos con ojos y corazón de consagrados, para ver por dónde nos quiere llevar el Señor en este tiempo de la historia. Creo que debemos renovar nuestra condición orante y contemplativa para ir descubriendo en estos “gestos y señales” de Francisco hacia dónde debe caminar la vida consagrada. En tiempos de “desesperanzas y desalientos” hay algo nuevo que nos está diciendo el Espíritu a través del nuevo obispo de Roma.

Pastor con rasgos de paternidad de Dios: la ternura frente al hermano solo y caído, la cercanía, el acompañamiento…

En las celebraciones privilegiaba el encuentro con todo tipo de pobrezas: por ello visitaba hospitales, cárceles, hogares de ancianos y niños abandonados. Tenía capacidad de acercarse a cada uno con su don de escucha, de comprensión y de mucha misericordia. Nunca había condena en sus palabras y gestos.

Una idea fija que tiene él la expresa con estas palabras: hay que buscar una Iglesia que esté en la calle. Él piensa que la Iglesia no debe cerrarse sobre sí misma porque se enferma necesita salir al encuentro con los hombres y mujeres de este teimpo. Dice que nos equivocamos al pensar que en el rebaño tenemos 99 ovejas y hay una oveja descarriada que está afuera. Y es exactamente al revés, en el rebaño tenemos una oveja y hay 99 que están afuera, y el error nuestro es dedicarnos a la única ovejita que tenemos dentro. En muchas ocasiones repitió al clero y al laicado: “hoy no hacen falta clérigos, no hacen falta funcionarios clericales, hacen falta pastores que tengan olor a oveja, pastores que estén con las ovejas, que nunca las apaleen sino que las cuiden con mucho amor”.

Por otro lado, este pastor que viene de la vida religiosa, siempre valoró la comunión en sus distintos ámbitos: en la Conferencia Episcopal, en la arquidiócesis y en otros. Su predicación siempre apunta al dialogo sereno, con paciencia, aceptando criterios distintos, respetando la diversidad y la búsqueda de comunión para llevar la Buena Nueva a todos, privilegiando a los pobres y marginados de la sociedad. Promotor del diálogo nacional en la época de la crisis del país. Siempre buscó bajar los niveles de confrontación, creando puentes de encuentro.

Como pastor tenía un corazón muy dispuesto hacia los pobres, tenía un contacto permanente con ellos. Por eso sabe de historias, de nombres y apellidos que fue tratando en su larga trayectoria pastoral. Este encuentro y opción “por una Iglesia pobre y para los pobres” nace de la experiencia del Cristo que vive entre los pobres, por eso, los pobres son para él un sacramento de Cristo sufriente. Desde su fe encarnada y operativa va al encuentro con el pobre. En esta escuela se fueron formando muchos sacerdotes y lideres laicos en la ciudad y en la arquidiócesis. Tenía varios encuentros con animadores de la caridad y de la pastoral social en la agenda del año: ayudando en la formación, en nuevos caminos de servicio, en la espiritualidad del compromiso caritativo. Consustanciado con las opciones de Aparecida, en la que fue una figura preponderante del acontecimiento y de la elaboración del documento, que está pensado para muchos años en este continente americano. La llamada que hace Aparecida a la Misión Continental puede trascender el continente e instalarse en todos los continentes. La llamada a la Nueva Evangelización que nos ha hecho Benedicto XVI, se concretiza en América en la Misión Continental. El nuevo Papa Francisco alentó y promovió permanentemente este espíritu y acciones en la Iglesia de Buenos Aires y del país.

Una llamada especial a la vida consagrada: Francisco hablando con los periodistas manifestó su “sueño de una Iglesia pobre y de los pobres”. Nos interpela a cada uno, a cada comunidad, orden o congregación en este cambio épocal. Es una “ráfaga del Espíritu” que nos sacude, nos cuestiona, nos vuelve a los orígenes, pero nos comunica vida nueva y reverdece la esperanza, de una Iglesia que viva más radicalmente el Evangelio de Jesús. El mundo y en especial, los jóvenes están hambrientos de estos signos de vida. Creo que debemos rezar mucho para que estos primeros signos y señales se vayan afirmando en una profunda renovación de toda la Iglesia, siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II.

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