jueves, 28 marzo, 2024

Lazos de resiliencia

He descubierto los escritos de Boris Cyrulnik, un neurólogo francés reconocido a nivel europeo y cuya vida es un ejemplo de «resiliencia»: tuvo una infancia muy difícil tras perder a sus padres en el holocausto nazi, él logró sobrevivir y llevó una vida nómada que le arrastró por centros de acogida pero logró superar la adversidad y convertirse en médico.
Cyrulnik define la «resiliencia» como la capacidad para sobreponerse a periodos de dolor emocional, superar contratiempos y resultar fortalecidos por los mismos. La habilidad de saber construir un entorno afectivamente seguro desde el que se explore el mundo. Él resalta la importancia de los vínculos: «La capacidad de dar y recibir afecto es la verdadera fuente de la resiliencia. La fortaleza emocional se forja sabiendo crear, y mantener, fuentes de cariño, compresión y ayuda mutua; desarrollando redes de amor y protección…Tenemos que invitar a los demás a entrar a nuestra vida, organizar encuentros para sentirnos unidos. En realidad, lo que allí se dice poco importa, lo que cuenta es que estamos ahí formando de alguna u otra manera una pequeña tribu en la que se establecen lazos invisibles de calidez, lazos de resiliencia».
Con lo de la «pequeña tribu» me acordé de nuestro grupo de religiosos jóvenes de Granada que, quizás sin darnos cuenta, es eso que describe Cyrulnik lo que hacemos: tejer una red de relación, de soporte mutuo, de cariño, desde la que nos sabemos impulsados y acompañados. Cada dos meses nos encontramos y el grupo va creciendo: Adoratrices, Apostólicas, Jesuitinas, Combonianas y Combonianos, Carmelitas Descalzos, Jesuitas, Hermanitas de la Asunción, Compañía de María, Sagrado Corazón, y nuestro querido Salesiano que viene de lejos sólo para vernos. Celebramos la eucaristía, compartimos hondo y cenamos con lo que cada uno lleva. Es un espacio gratuito que nos «enciende adentro».
Hace poco, entre risas, decíamos que parecíamos de «la tribu de Noemí», no por la edad ni la sabiduría de la buena suegra de Rut, (que andamos entre los treinta y pico y los cuarenta y tantos) sino por aquello que Noemí, que parece que ya sabía de lazos de resiliencia, le dijo a Rut, y que nosotros querríamos decir a los niños en casas de acogida, a los chiquillos de los colegios, a las mujeres y niños de raza gitana en los barrios marginales, a las chicas universitarias, a las personas enfermas, a las que han tenido que emigrar, a las muchachas libradas de la prostitución…: «Hija, quiero buscarte un lugar donde vivas feliz» (Rut 3, 2).

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